El papel en la Transición de la eurodiputada socialista Carmen Díez de Rivera, amiga personal del Rey y Jefa de Gabinete de Adolfo Suárez, permanece todavía y en gran parte ignorado. Niña rica y rebelde, de belleza poco habitual pero con una vida intensa, azarosa y trágica, se atrevió a meter en vereda a los considerados dos artífices principales de la Transición democrática. Una mujer a contracorriente, que pese a su alta extracción social gustaba considerarse una "mujer de izquierdas", que se atrevió a apodar a Suárez como "Señorito", y cuya confianza con el entonces Príncipe de Asturias le permitía aconsejarle incluso en temas personales.
Fallecida a los 57 años en 1999 debido a un cáncer de mama, Carmen Díez de Rivera fue ignorada por la izquierda y el PSOE incluso antes de haber acabado su labor política. La muerte de Suárez ha traído a colación la vida de la apodada "Musa de la Transición" -término acuñado por Umbral-, una de las figuras más trascendentales de aquella excepcional época. Tal y como certifica El Triángulo de la Transición de Ana Romero (Ed. Planeta) Carmen fue un carácter extrovertido, una figura "impaciente y extrema" que con su pelo rubio y su figura alta y delgada, vigiló con sorprendente ojo avizor los credenciales democráticos de los otros dos vértices del salto a la democracia.
"Lo del hermano"
Pese a su labor profesional, la de Carmen Díez de Rivera fue una vida marcada por un drama familiar. El episodio personal más importante de la vida de Carmen fue su romance de juventud con Ramón Serrano-Suñer y Polo, del cual estuvo enamorada desde niña y duerante toda su adolescencia, pero que en un giro trágico del destino resultó ser su hermano por parte de padre. Sin saberlo, Carmen se había hecho novia de su hermano, sin que ninguna de las dos familias le confesase la verdad hasta los 17 años, cuando comenzaron a hacer planes de matrimonio, cuando todos "se dieron cuenta de que iba en serio". "Algo tremendo hizo clac, noté ese ruido. Me tumoré el útero, noté que algo se me había roto para toda la vida", dijo Carmen a Ana Romero. Fue un amor insustituible en la vida de ella, nadie consiguió igualarlo después, y tuvo que mediar un largo viaje a África e incluso su ingreso como monja de clausura en Arenas de San Pedro (aunque apenas duró cuatro meses) para conseguir -aparentemente- olvidarlo. No obstante, en el monólogo inconsciente de sus instantes finales, internada en el hospital, Carmen no hablaba de Suárez y el Rey, sino que todo giraba en torno a ese asunto aparentemente enterrado, o como ella lo llamaba, "lo del hermano".
"Un joven fascista"
El libro relata cómo conoció a Adolfo Suárez un día de 1969, cuando acudió a buscar trabajo a un despacho del Ministerio de Información y Turismo, gracias al contacto ejercido por el propio Rey. Un empleo que rechazó en no pocas ocasiones. Suárez había sido nombrado director general de RTVE en Madrid y buscaba una secretaria, y ella, con todo el desparpajo de quien creía no necesitar el trabajo, le preguntó al futuro presidente "cómo tan joven puede ser fascista". Fue el primer paso para el denominado "triángulo de la transición", forjado en una cena en Zarzuela, cuando el entonces príncipe Don Juan Carlos ayudó a pulir las aristas iniciales entre Suárez y Carmen y ésta aceptó el trabajo que se resistía a acometer. En esa etapa en RTVE se comenzó a formar, pese a todo, una colaboración que perduraría después en la presidencia. Más tarde, en Moncloa y ya como Jefa de Gabinete, era su despacho el que miraba frente a frente al de Suárez.
Rumores sentimentales
La cercanía de Díez de Rivera a Suárez y al Rey siempre dio lugar al cotilleo malintencionado. De hecho, los rumores sobre su supuesta relación con Suárez y el Rey la persiguieron siempre. De hecho, el mayor enfado de Díez de Rivera con su amigo Francisco Umbral fue cuando éste escribió que ella estaba enamorada del presidente. "Con el físico que tú tienes, para qué quieres trabajar", le decían con asiduidad, cosa que a ella le enfurecía. Hasta 1977, Carmen siguió siendo amiga de el entonces príncipe Don Juan Carlos, y solía hablar con él en clave, mezclando palabras en inglés y poniendo apodos a los protagonistas de sus conversaciones. Ella le dio consejo a modo de coach en los años más difíciles antes y después de acceder a la corona. En otro orden de cosas, ella misma reconoce la "notoria atracción del Rey por las mujeres", manifestada "muy pronto y que se mantuvo a lo largo de toda su vida". Fue testigo de muchas infidelidades del monarca, como aquella del año 1976 que derivó en la marcha estrepitosa de la Reina a la India, con la única compañía de sus hijos. Siempre fue discreta al respecto.
Adelantada a su tiempo
Durante su trabajo en Moncloa, las anécdotas se acumularon. Como cuando, durante una visita institucional del canciller Helmut Schimidt, y harta del "machismo ambiental" de las altas instancias españolas, decidió vestir una camisa semitransparente que, de paso, acabó de convencer a las autoridades alemanas de que el cambio estaba en tránsito.
Pero más allá de eso, Carmen ha sido descrita por todos como una verdadera adelantada a los acontecimientos. Ella, por ejemplo, fue la primera que sospechó que Suárez tenía pensado incumplir el pacto inicial de marcharse una vez instaurada la democracia, tal y como revelan sus diarios. "Me da en la nariz que el Señorito va a seguir tras las elecciones. Yo, por supuesto, no lo haré". Incluso en sus últimos días hospitalizada, Díez de Rivera pensaba que la política pervierte a las personas, y que por eso mismo no debía convertirse en profesión.
El "bombazo Carrillo"
Pero nada es comparable a su histórico encuentro con Santiago Carrillo en una entrega de premios del semanario Mundo en Barcelona, un apretón de manos histórico en lo político (era la primera vez que un líder se reunía con el líder del Partido Comunista), y que en su momento fue interpretado como una nueva muestra de su carácter díscolo, aunque tuvo lugar de manera relativamente improvisada. Ella mismo quiso que así ocurriera, avisando a su ayudante para que fuera Carrillo, y no la propia Carmen, la que se acercara a saludar. A ella se le ocurrió la frase que después se haría famosa, "a ver si nos tomamos un chinchón". La imagen del apretón tuvo resonancia internacional pero enervó sobremanera a Suárez y la prensa española. Ella le ofreció su dimisión, que el presidente no aceptó.
No sería, de todas formas, la primera vez que la propia Carmen se enfrentó a Suárez, y en circunstancias aún más dramáticas. Tras la matanza de Atocha, en la que cinco personas fueron asesinadas en un despacho de abogados de Madrid, el Ejecutivo se negaba a condenar las muertes por miedo a los disturbios. Pero la jefa de Gabinete, decidida a presentarse en el funeral de las víctimas, lanzó un órdago para que condenasen el crimen a cambio de su silencio. En ese momento, ella advirtió las manías que surgieron en Suárez una vez establecido en el poder y cristalizarían en su renuncia.
Molesta para todos
La intrahistoria de la Transición que se adivina tras el relato de Carmen Díez de Rivera permite apreciar cierto elemento improvisatorio en la Transición, y cómo no todo respondía a un plan diseñado al milímetro. El 23-F, en este sentido, fue producto de un proceso imperfecto, aseguró ella misma a Ana Romero. Carmen, gran defensora del proceso de la Transición, era también una de las que mejor conocieron sus defectos. Por ejemplo, fue la gran crítica de las listas bloqueadas, una "obsesión" de los partidos heredada precisamente de la dictadura, una "obsesión por tratarnos como menores de edad" que pervive hoy. Poco antes de su muerte, se mostraba crítica con el estancamiento de la democracia, y con que "en veintitres años nos hemos aprendido todos los trucos a la italiana". Criticada por la izquierda, ignorada por los socialistas, la muerte de Suárez ha traido a colación su nombre.
El papel de la Reina
A través del relato histórico y personal de Carmen se puede conocer el papel de la Reina, mucho más importante de lo que pudiera parecer. Ya sea potenciando el papel de la educación en las infantas y el príncipe, como también reforzando el papel de su marido frente a su tío, el general Alfonso Armada. Fue Sofía quien advirtió al Rey que acelerase el paso, sobre todo tras ver la debilidad de su hermano Constantino ante los golpistas antes de perder el trono para siempre, y el escaso apoyo en los círculos cercanos al Rey. Un derrocamiento que tuvo, gracias a los consejos de Sofría, casi tanta influencia o más para Juan Carlos como la instauración de la República en tiempos de su propio abuelo.