La mañana del jueves 30 de enero, Felipe de Borbón esperaba que su 46 cumpleaños fuese lo que ocupase las cabeceras, pero acabo desayunándose unos titulares distintos. Y mucho más desagradables. "Altibajos" era la palabra utilizada por Zarzuela para definir el estado del matrimonio de los príncipes de Asturias, dando relevancia a lo que hasta ese momento sólo era rumorología rosa: la supuesta crisis matrimonial de los herederos.
¿Cómo es posible semejante contradicción, en un momento en el que el Rey se precipita en las encuestas, y en el que más del 60% de los españoles pide su abdicación? Zarzuela parece querer aparentar "preocupación" por el matrimonio, dirigiendo la atención de los medios a cada momento que los príncipes pasan separados y a cada escapada privada, siempre susceptible de ser presentada como una muestra del carácter esquivo de una princesa acorralada.
El titular entronca con otras maniobras y filtraciones que parecen encaminadas a, en primer lugar, la marginación institucional de los príncipes, y en segundo a la aniquilación del matrimonio, de la manera que sea, Todo para apartar de la atención pública la presencia de un Rey enfermo y enfrentado a mil polémicas, que desea prolongar una etapa final que, de abandonar ahora, sería recordada como poco menos que tenebrosa.
Ejemplo de esa estrategia para permanecer en el trono sería otra reciente polémica: las jornadas de esquí del Príncipe en Formigal. Lo que pudiera parecer unos días de descanso -Felipe, de hecho, acudió a la estación de esquí obligado por un compromiso oficial- acabó dando un inesperado giro, al alimentar la tesis de la separación física y sentimental de la pareja.
El asunto no hace sino acrecentar la soledad de los príncipes, obligados a resistir en solitario y en silencio las embestidas orquestadas desde la trastienda. Una campaña malintencionada contra los herederos que se hace visible en el tratamiento de la información de la revista Hola, el altavoz y bastión de la institución en los quioscos. Obviando ciertos datos y manipulando otros, la revista sorprendió el pasado octubre con el titular Letizia, una princesa de contrastes, llevando a su portada unas imágenes de la princesa comiendo pipas y conversando de manera poco regia con sus guardaespaldas, imagen que contrasta con la portada y amplio reportaje dedicado al Rey el pasado diciembre, con abundancia de photoshop y términos más que solemnes.
Se diría que el afán por recalcar la afición de Letizia a acudir a conciertos de rock y sus saltos de protocolo viene, en realidad, a reforzar su imagen de huraña e ingobernable princesa, dedicada a sus viajes privados e incluso con algún que otro escándalo en su pasado.
A este respecto, el reportaje de Vanity Fair en diciembre supone uno de los puntos culminantes en la campaña contra Letizia, la culminación de un "cambio de estatus" que habría comenzado mucho antes, pero que ya en verano, con los conflictos con su marido sobre el destino vacacional de ambos, apuntaba maneras. Fuentes internas de Palacio recalcaban para Vanity Fair que la princesa era la persona "peor valorada" dentro de Zarzuela, una persona "distante" y poco menos que insoportable que despistaba a los miembros de la institución. "El mayor enemigo del Rey está dentro de Palacio... Es Letizia... ella es quien más ha presionado para que abdique", aseguraba una de esas fuentes.
Todo ello en medio de las sucesivas entradas y salidas del monarca en la clínica Quirón, entre el maremágnum de titulares dedicados a la imputación de su hija y a sus mensajes cruzados a la princesa alemana Corinna Zu Sayn-Wittgestein. ¿Cual es el estado del matrimonio del Rey y la Reina? Desconocido. En su lugar, la prensa se esfuerza en anunciar la eternamente postergada recuperación definitiva de Don Juan Carlos, el ansioso regreso a la actividad oficial de un monarca con muletas. El Rey desea recuperar el protagonismo perdido asumiendo compromisos como su viaje a Marruecos este verano, o el que planea ahora a Portugal para el encuentro COTEC.
El tira y afloja interno también se manifestó en el pasado desfile del Día de la Hispanidad. Don Juan Carlos, convaleciente, decidió en persona que ni la Reina ni la infanta Elena acudieran al evento. Los Príncipes, de nuevo, estuvieron solos. Y quizá como demostración de su eficiencia, y del buen momento de su matrimonio, su labor fue poco menos que magnífica.
Entre tanto, Zarzuela enfatizaba en esos días que "el Rey no se ha planteado en ningún momento su abdicación" y que sus funciones no son delegables. La abdicación, dijo Rafael Spottorno, es una decisión "personalísima" del monarca. Según esta línea de acción, toda una declaración de intenciones, el relevo no estaba, ni está, en la agenda oficial de nadie en uno de los peores momentos para la institución.