En medio de la cadena de escándalos que azota a la monarquía, de los esfuerzos por remozar páginas web, posados y los habituales actos oficiales, hay una figura de la Casa Real que corre el riesgo de pasar completamente inadvertida: Elena de Borbón.
La infanta, tras la ruptura de su unión con Jaime de Marichalar, es sin duda la única que sigue proyectando una imagen de normalidad, alejada de escándalos y del foco de los medios de comunicación. Y no es por falta de rumores malintencionados. Lejos de las afirmaciones de algunos en torno a sus capacidades intelectuales, o de sus romances tras el divorcio (como con su jefe en Mapfre, Fernando Garrido), la figura de la duquesa de Lugo ha permanecido impertérrita y casi ajena a todas las sacudidas mediáticas que han azotado a Zarzuela.
Todo ello a pesar de su vinculación con Global Cinoscéfalos, una sociedad dedicada al asesoramiento inmobiliario cuyo administrador era su asesor Carlos García Revenga, que ejercía la misma función para la infanta Cristina y que resultó en su momento implicado en el caso Nóos por su cargo de tesorero en la época en la que se produjeron las presuntas irregularidades.
Elena está totalmente concentrada en su trabajo en el área Social de la fundación Mapfre en la calle Recoletos, que le reporta unos 200.000 euros anuales, y en su actividad como profesora en el colegio San Patricio. La infanta es conocida por ser una incansable trabajadora totalmente centrada en el desempeño de sus funciones y en ejercer como madre de Felipe Juan Froilán y Victoria Federica, mucho más que en encadenar romances para deleite de la prensa.
No obstante, no es que le faltasen novios: en su momento Elena se vio con el aristócrata Eberhard von Wurtemberg, el jinete Luis Astolfi e incluso Jorge de Habsburgo. A raíz de su separación de don Jaime de Marichalar, con el que estuvo casada quince años hasta su divorcio legal en 2010, Elena ha podido verse con Felipe Zuleta, Manoel Malta D'Acosta o con el citado secretario, Carlos García Revenga.
Ni siquiera en el famoso incidente del tiro en el pie de Froilán la figura de Elena estuvo implicada. Ocurrió mientras estaba a cargo de su padre, Jaime de Marichalar, cuando el pequeño –de 13 años- disparó por error en su pie la escopeta del calibre 13 que portaba en su hombro. De modo que la reputación como madre de la infanta siguió intacta pese a tan notable incidente. Victoria Federica, por su parte, ha sido matriculada en un internado inglés a razón de 25.000 euros al año, lo que no hace sino subrayar el compromiso de Elena con la educación de sus retoños (aunque no tanto con dar ejemplo de austeridad).
Pese a todo ello, la infanta nunca ha podido desprenderse del San Benito de ser la última de la fila. Fue la primera en su familia en cotizar a la Seguridad Social, nunca reinará (pese a las inseguridades del príncipe cuando el rey censuró su relación con Eva Sannum), y el propio monarca de puertas para fuera ya no le paga nada. Precisamente a colación de esto, la infanta resultó bastante perjudicada en los recientes recortes presupuestarios de la institución. Su padre ya no cubre sus abunadantes gastos en caballos, así como en personal y equipamiento hípico (una de sus grandes pasiones, junto con los toros, a los que acude habitualmente).
En realidad, pese a la reducción de asignaciones, tampoco es que vaya justa. Pese a que marcas accesibles al resto de los mortales como Ikea o Mercadona no le son ajenas, la duquesa de Lugo reside en un primer piso en el barrio del Niño Jesús, cerca de la avenida de Nazaret, valorado en dos millones de euros y con 468 metros cuadrados de extensión. El inmueble, que se encargó de reformar al cien por cien, cuenta con una notable seguridad y en él la infanta convive nada menos que con Celia Villalobos y Pedro Arriola, el arquitecto electoral del PP. Hace poco, la infanta mostró su interés por alquilar una de las casas de Patrimonio Nacional aledañas del Palacio del Real Sitio de San Ildefonso (Segovia), un municipio que frecuenta con asiduidad.
A nivel personal tampoco faltan las anécdotas. Tal y como asegura la periodista Carmen Duerto, autora del libro La infanta Elena: la reina que pudo ser, la infanta es "una apasionada del chocolate y los percebes" y en ella también destaca "su terrible mal genio", capaz de espantar a todo aquel que tuviera cerca... Además "es muy católica y conservadora y nunca se perdía la misa de los domingos". Y ataja los rumores sobre su presunta poca capacidad intelectual, asegurando que, pese a que nunca fue una estudiante brillante, y que repitió incluso algún curso en la escuela, se trata de una licenciada en Filología.