La tendencia actual en la composición literaria es que los autores se corrijan a sí mismos los textos antes de su publicación. Eso es un atraso y un disparate. El autor es el menos indicado para detectar sus errores. ¡Dichosa profesión casi fenecida, la de los correctores de pruebas de las imprentas! Ahora nos tenemos que fiar de los programas de corrección que están metidos en el ordenador o quizá en la nube (que ignoro lo que es). Sirven de poco. El noble ejercicio de corrección solo se ejerce con el diálogo continuo entre los primeros lectores y los autores. Esta seccioncilla es un modelo de esa interacción. Vamos aprendiendo todos a saborear las delicias del idioma. El cual no está solo en los diccionarios sino en el pueblo.
Santiago Navarro precisa que la expresión militar "dejar en la estacada" se refiere originariamente al parapeto de estacas afiladas que se colocaba delante de las trincheras. De esa forma se obstaculizaba la carga de la caballería enemiga. El quedarse allí malherido o sin caballo era una situación de temer. Se entiende la analogía.
José L. Martín Tordesillas recuerda otras expresiones militares bien castizas: "Reclamaciones, al maestro armero", "El que pregunta, se queda de cuadra", “Aquí todo se explica; no es como en Caballería”. Añado: “El último en formar, queda arrestado”. Obsérvese el tono autoritario de esas expresiones. Puede que fueran funcionales en el servicio militar. Otra cosa es cuando se trasladan a la vida civil.
Teresa Piedrafita me da cuenta de lo que le trasmite un amigo muy aficionado a la gastronomía. Se ha encontrado con este plato en la carta del restaurante: "Un consomé muy frío, de cebada tostada al aroma de lúpulo, con frutitas de olivo al aire del Cantábrico". Francamente, más parece un menú de un campo de concentración. Lo malo será el precio. Ya de paso, qué horrenda es la palabra gastronomía y derivadas. El gusto y placer por los alimentos no está en el estómago (= gastro) sino en la boca, los ojos, las manos, la compañía.
Julio Iglesias de Usell me envía la divulgada historia del origen del dicterio gilipollas. En esa divertida versión se alude a las hijas (pollas) de un tal Gil Imón, de la época de Felipe IV. Creo haber comentado aquí que esa historia es tan buena que no la creo verosímil. En mis estanterías domésticas de libros religiosos tengo un tratado que se titula Conferencias para las pollas (es decir, señoritas). Creo más bien que la voz polla para aludir al pene es uno de tantos ñoñismos como empleamos para disfrazar las palabras soeces. Al final, polla se convierte en una obscenidad más.
Jesús Calvo me dice que en mi artículo sobre el prefijo des- me he dejado desinformación. Cierto es, y mil más que empiezan con la dichosa partícula, tan necesaria. La sutileza de esa voz no es tanto que no estemos informados, sino que se nos informe mal conscientemente.
Gabriel Ter-Sakarian Arambarri añade otra expresión popular a la usual del bisexualismo: "Hacer a pingo y a pango". A veces en la variedad no está el gusto.