
Durante cinco temporadas se nos ha narrado un año en la vida de Walter White, un buen hombre al que le detectan un cáncer mortal. Al mismo tiempo, un cáncer moral, mucho más maligno, comienza a devorarle el alma. Este es en resumen el leit motiv de Breaking Bad, una serie psicosomática que juega con el interesante y perverso paralelismo de que a medida que un cáncer se desarrolla, el otro disminuye. Como si la fortaleza tenebrosa del moral se alimentase y anulara al biológico.
En paralelo ocurre la desintegración familiar de Walter White. Y la irrupción de su alter ego, el hydeano Heisenberg (un alias muy apropiado, dado que el alemán fue un genial físico al servicio del nazismo). Sobre todo, Breaking Bad es un estudio de los caracteres éticos; de cómo al final, y tras las apariencias, lo que importa es la fortaleza moral de las personas: su capacidad de resistirse al mal. Y ahí la galería de secundarios (en cursivas porque a medida que avanzan las temporadas resulta mucho más fascinante la entereza del bien que la podredumbre del mal) se revela crucial: su inteligentísima esposa, su corajudo Sancho Panza yonqui y, sobre todo, el sagaz cuñado que, por un azar del destino y una genialidad de los guionistas, es el más lúcido y perspicaz agente de la DEA.
Del mismo modo que la gran novela americana busca plasmar narrativamente eso que ha venido en denominarse el sueño americano pero desde la perspectiva de la tragedia de sus contradicciones, Breaking Bad, como Los Soprano o The Wire, ha recogido el guante desde el punto de vista de la narración televisiva. Un solo hombre, dos almas. La historia de cómo Walter White, un loser (un perdedor), se convierte en un winner (triunfador) por encima del bien y del mal es también la metáfora de cómo el sueño norteamericano (el triunfo del self-made man) se convierte en una pesadilla (cómo a partir de la nada se puede llegar a las más altas cumbres de la miseria).
Híbrido para la generación televisiva entre El séptimo sello y Secretos de un matrimonio, la agonía metafísica y la familiar, vestida con el ropaje de El precio del poder y la saga de El Padrino, Breaking Bad es la versión contemporánea de El extraño caso del doctor Jekyll (White) y el señor Hyde (Heisenberg), con, al fondo, la concepción de los trágicos griegos de que al final la hibris (la insolente soberbia) acaba por destruir tanto a los peores como, ay, a los mejores.
Comienza la sexta temporada (o continuación de la quinta), la final. En su novela Stevenson mató a Jekyll pero mantuvo el suspense respecto a Hyde. Veremos lo que nos han preparado los guionistas de la AMC. Siéntense y disfruten de uno de los más grandes espectáculos contemporáneos: una buena serie de televisión.
Santiago Navajas, autor de Manual de Filosofía en la pequeña pantalla.