Toda curva trae consigo otras curvas. No hace faltar traducir al ruso este término porque, aunque parezca sensacionalista el titular, hago alusión exclusivamente a aquella constante que se aparta de la línea recta sin formar ángulos. Definición perfectamente aplicable al tramo curvo de una carretera o una forma intensamente acentuada en el cuerpo de una mujer.
Pues va de lo segundo; de Beyoncé que, cual sirena caribeña, luce diferentes bikinis del gigante sueco H&M, que ante las pérdidas del primer trimestre de 2013 de su ejercicio fiscal, intenta ganar más adeptos a través de campañas como estas, que forran todas las marquesinas de autobuses de las ciudades europeas, en donde las voluptuosas curvas de la cantante de color canela –por cierto, color de piel que con los años va a menos- seducen a todo aquel que no es que vea, sino que mira y observa; o a toda aquella que aspira, imita y sueña con tener un cachito de Beyoncé –quizá un cachito de esos trapitos, sin connotación peyorativa de esta palabra, a bajo precio-.
Lejos queda esta conocida imagen del canon de belleza esquelético con cara de pasar hambre, como la intención, truncada en 2005, de que Kate Moss fuera el rostro estrella de una campaña -de esas que, en extraña simbiosis y como mera técnica de marketing, fusionan el luxury y el lowcost- en donde H&M ofrecía prendas, por menor precio de las habituales, de la diseñadora Stella McCartney –empresa de la cual el grupo francés PPR, propietario de firmas como Gucci o Saint Laurent, posee el 50% de las acciones-. Kate Moss, amiga de Stella, junto a otras amigas de la diseñadora británica como Naomi Campbell, desfiló en su día, concretamente en 1995, ad honorem, para la colección de ropa de la graduación de Stella. De ahí ese lazo especial entre la Moss y la McCartney. El abuso de drogas de la supermodelo acabó con el intento de la campaña McCartney para H&M contando con el protagonismo de Kate Moss.
No hay mucho que lamentar en que la supermodelo no protagonizara aquella campaña, porque ¿cuántas mujeres de las que están leyendo este artículo se identifican con personajes como Kate Moss? Aunque por otro lado, no nos engañemos demasiado, pues muchas se niegan a sentirse identificadas con las mujeres "más reales" de aquellos anuncios para Dove – ¿a lo mejor es que la identificación con una mujer normal y corriente podría ser auto-rechazada por algunas?-. Es posible que no sea ni una cosa ni otra, porque si algo tiene la publicidad es la belleza con la que deleitan a su público objetivo con el fin de atraer, conquistar, persuadir; como los cuadros que retratan los cánones imperantes del momento. –O, ¿es que, acaso, nos olvidamos de las mujeres rollizas con pieles nacaradas de Rubens?-. ¿Será la publicidad también un modo de arte? Sí.
Por otro lado, todo esto no significa que en un país como España o Alemania, por poner un ejemplo, siendo los europeos de raza caucásica –en su mayoría-, tengan que identificarse con la cantante norteamericana. Pero al final no se busca identificación –aunque tampoco el rechazo como podría ocurrir con la modelo ex-drogadicta [ex que pongo en duda]-. Se busca una nueva técnica mediante la cual los bikinis o los vestidos resalten más sobre una percha curvilínea que sobre unos huesos pintados de carne, previo retoque fotográfico, cuyo fin es dejar la piel como si de la limpieza de una vajilla de porcelana se tratara.
Curvas, por otra parte, en las que tampoco ha faltado el corto por aquí y el pongo por allá con la reducción de las costillas o el aumento del largo del cabello. Una manera de "photoshoppear", al menos, más decente. Guste o no, sus curvas, dentro de otras curvas más amplias, no pasan desapercibidas.