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Jake Sandoval

Madrid sigue apostando por la especulación

La reciente compra de la manzana de la plaza de Canalejas por Villar Mir ha reabierto un debate sobre su uso y la política del Ayntamiento.

La reciente compra de la manzana de la plaza de Canalejas por Villar Mir ha reabierto un debate sobre su uso y la política del Ayntamiento.

La reciente compra de la histórica manzana de la plaza de Canalejas por el empresario Juan Miguel Villar Mir ha reabierto un debate sobre el uso al que quiere destinar los ocho edificios que la conforman. La retirada de todo tipo de protección al interior del edificio, lo que ya se conoce como fachadismo, así como el incremento del volumen de edificación, ha hecho que diversas asociaciones pongan el grito en el cielo, la Real Academia de San Fernando -vecina del complejo- entre otras.  

El Ayuntamiento de Madrid ha decidido optar por una solución maximalista para el complejo, dejando que se construya un centro comercial, un hotel de lujo y apartamentos, con una supuesta inversión de más de 500 millones de euros. No se puede poner en duda que había que dar una solución a una manzana que llevaba abandonada desde que el banco Santander trasladó todas sus operaciones a Boadilla del Monte, algo que no ha hecho más que degradar una zona importante del centro de la capital. El problema que plantean este tipo de soluciones es la pérdida de identidad que conllevan.  

Hace no más de diez años la acera de la calle Alcalá era el centro financiero de España, donde tenían su sede casi todos los bancos, desde el Banco de España en la esquina con Cibeles, al Banco Central en la esquina con Barquillo, pasando por el BBVA enfrente de Banesto y el Central dando a la calle de Canalejas. Igual que la calle del Prado era la calle de los anticuarios, y ahora sólo se encuentran hoteles víctimas del espíritu olímpico de la Alcaldía. Por no hablar de la Gran Vía, calle de cines y teatros que han ido dejando paso a más superficie comercial. Actualmente hay todavía algún nostálgico luchando por el Palacio de la Música, una de las primeras bajas colaterales de ese enorme escándalo que ha sido la quiebra de la antigua Caja Madrid.  

Mientras que en Londres los anticuarios siguen en Pimlico, los mejores sastres en Savile Row, los camiseros en Jermyn Street y los teatros en los mismos puntos del West End, en cada esquina se puede encontrar el mismo pub con la misma pinta que hace quince años. Por no hablar de la City, autentica capital del comercio mundial. Todo ello logrado sin que la ciudad pierda carisma. Parece claro que la Alcaldía de la ciudad dirigida por Ana Botella sigue empeñada en un centro a lo Disneylandia, lleno de centros comerciales, megasuperficies y hoteles. El problema de este tipo de medidas es el cortoplacismo de una ciudad que solo quiere turismo en masa aunque sea a costa de sacrificar su esencia.  

El centro de Madrid siempre se ha definido por su carácter mestizo, tan alejado del carácter burgués del ensanche que representa el barrio de Salamanca o Chamartín. El centro es castizo, capaz de mezclar viejos caserones con cuadros de Goya en las paredes al lado de casas humildes con patios de corrala. La sede de los bancos más importantes del país esquinados con calles oscuras con posadas de mala muerte. Los clubes más aristocráticos pegados con salas de jazz, y tiendas de turrón tradicionales. Un centro de casas con pasos de carruajes, iglesias donde repican las campanas y tiendas de barrio que recuerdan al poblachón que Madrid nunca dejo de ser. El espíritu de ese viejo Ateneo y su famosa cacharrería que tanto recuerda a Valle-Inclán, tan cerca de la Academia de la Historia donde todavía se puede cruzar cualquier momia de las que la habitan con Joaquín Sabina volviendo de madrugada a su casa de Tirso de Molina.

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