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Hace escasos días, un buen número de gente más o menos conocida anunciaron a bombo y platillo la creación de la "Mesa Antipiratería", conglomerado de diversas asociaciones de productores, autores y distribuidores de música, software, cine y libros. La razón es evidente: la piratería en España alcanza cifras espeluznantes y quieren hacer algo para evitarlo.

Pero claro, los innovadores métodos para acabar con esta lacra son los de siempre: denunciar piratas. Dice Juan Luis Galiardo que "el fraude no es una chiquillada, ni merece la indulgencia de la sociedad. Es un cáncer". Vamos, que los que duplican CD son unas personas pérfidas y desagradables, que no merecen tener amigos ni vivir en sociedad.

Lo que siempre parecen omitir estas iniciativas es el hecho de que buena parte de esos copiadores piratas compulsivos suelen contarse también entre los mayores compradores. En las casas donde he visto más compactos piratas es en aquellas donde también hay más originales. Después de constatar este hecho, deberíamos pensar qué es lo que hace a una persona decidirse por tan condenable práctica.

Y de ahí llegamos, inevitablemente, al asunto de los precios. Asunto que, por supuesto, no parece en la agenda de esta mesa, ni en la de la BSA, ni en la de la SGAE. ¿De verdad alguien piensa que hay mucha gente dispuesta a pagar varias decenas de miles de pesetas por un paquete ofimático? ¿Cuántos aficionados a la música no pueden permitirse comprar más de un cierto número de compactos al mes, a 3.000 pesetas la unidad, si no quieren dormir en la calle al mes siguiente?

La solución que encuentran es, claro está, piratear. Así pagan 100 pesetas por esos mismos productos. Pero de esa manera consiguen algunas compañías que sus productos sean verdaderamente conocidos y, en algunos casos, casi un monopolio, algo que no lograrían si tuvieran que enfrentarse "de verdad" con el software libre y gratuito. Así es como muchos músicos llegan a muchas más personas y llenan muchos más conciertos, bastante más lucrativos que los parcos derechos de autor.

¿Algún día decidirán bajar los precios en lugar de intentar frenar un huracán con un soplido? Quien sabe. Mientras tanto, muchos se seguirán preguntando las razones de por qué hay tanta diferencia entre el precio legal y el ilegal. Y, por supuesto, seguirán pirateando, y leyendo que se forman mesas para acabar con ellos.


Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

Más información sobre informática en la Revista de CIENCIA Y SOCIEDAD de Libertad Digital
 

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