La religión es quizá el impulso más único y fascinante del ser humano. Que el ser humano es religioso por naturaleza y no puede vivir sin creencias lo ejemplifican las ideologías de ayer hoy y siempre, que se siguen con fanatismo. Los sentimientos comunitarios sean religiosos o ideológicos se procesan en los mismos centros cerebrales. Por tanto, funcionalmente son indistinguibles: son partes del mismo fenómeno, llámese como se llamen. Sin que sean sus efectos sociales para nada equiparables, la zona del cerebro que se excita en una monja cuando ve un retrato del Papa es la misma que se excita cuando un perroflauta ve una camiseta del Che. ¿Para qué sirve ese instinto?
Una comunidad de hombres se organiza para afrontar el futuro en base a las experiencias del pasado. La memora común de lo que funciona y lo que no funciona en sus concretas circunstancias geográficas, climáticas, geopolíticas, etc. es un tesoro de conocimientos legado en forma de costumbres institucionales, sociales o religiosas. La existencia de derechos depende críticamente de la existencia de la comunidad independientemente de su forma de gobierno. Todo eso se pierde cuando esta se disuelve. El instinto religioso precisamente es el proceso mental y social por excelencia. Su misión, entre otras cosas, es conservar la sociedad.
Del contenido que se alimente el sentimiento religioso depende la suerte de la sociedad. Hace tres siglos, la fragmentación religiosa resultante de la reforma protestante creó proto-naciones sin fundamento alguno. Pero el ser humano no puede vivir en comunidad sin algo que creer en común. Los principios contractuales que elaboraron Locke, Hobbes y Rousseau para resolver la crisis organizativa de un Estado separado de la religión –conceptos como la igualdad ante la ley, sufragio universal, soberanía popular, Leviatán...– fueron tomados al principio como criterios instrumentales para complementar en lo político a la gran religión del cristianismo y para reorganizarse después de la caída del Impero Romano-Cristiano.
Por la acción del instinto religioso, los antiguos principios organizadores se han sacralizado y positivado y han pasado de ser esos criterios utilitarios que servían para la vida en comunidad a ser principios sagrados a los que la comunidad debe servir aun a costa de su propio sacrificio. Es decir, de la misma forma que el ateísmo soviético devino en culto al Líder, el constructivismo europeo ha desechado sus tradiciones y ha creado una serie de religiones progresistas. La soberanía popular ha dado lugar al concepto mitificado de Pueblo con mayúsculas, y junto con la sacralización del territorio han alimentado el germen de la religión nacionalista. El igualitarismo extremo, que es una sacralización del principio de igualdad ante la ley junto con el Leviatán hobbesiano, ha derivado en socialismo, fascismo y en ultimo termino en la religión ecologista en busca de un Gobierno mundial. Prepárense para el sacrificio.