Con su habitual estilo
cobardón y caciquil,
dejó marchar a San Gil
y se quedó tan tranquilo.
Otro día, Ortega Lara,
harto ya de este PP,
le devolvió su carné,
sin que Rajoy se inmutara.
Aunque no entregó el carné,
don Eduardo Zaplana,
aburrido, una mañana
cogió el portante y se fue.
¿Y con Pizarro, qué pasa?
Condenado al ostracismo,
le pasa al final lo mismo:
se aburre y se va a su casa.
¿Y Acebes? Sigue callado,
pero Rajoy no se fía:
si pudiera lo echaría
incluso de diputado.
También Santiago Abascal
está al margen del partido;
todavía no se ha ido,
pero, vamos, es igual.
Rajoy, además, procura
–porque teme sus manejos–
tener a Rato bien lejos
y no verlo ni en pintura.
Porque Mariano no nombra,
para su mezquino imperio,
a personas con criterio
que le puedan hacer sombra.
A Cascos, pues, lo elimina,
entre desprecios e injurias,
y designa para Asturias
a una señora anodina.
No sería de extrañar,
cuando su cólera estalle,
que un día ponga en la calle
a José María Aznar.