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EDITORIAL

Aído desafina, otra vez

Las mujeres no necesitan la tutela de una profesional de la política que jamás ha tenido que luchar por alcanzar un puesto destacado en su profesión, como sí hacen millones de españolas a diario con el éxito que merece su esfuerzo y su talento.

La ministra de Igualdad cumple con singular empeño la función para la que fue nombrada por su jefe, un rojo feminista dispuesto a poner la fuerza coercitiva del Estado a disposición de un órgano encargado de otorgar carta de naturaleza a la discriminación, la desigualdad y la injusticia que encarna la ideología llamada "de género".

La última ocurrencia de Bibiana Aído, feminizando la razón social de uno de los principales bancos de inversiones del mundo, ni siquiera tiene el mérito de su autoría personal por tratarse de un juego de palabras inventado hace ya mucho por alguna destacada "miembra" del cotarro feminista. Pero hasta el plagio está justificado si lo realiza la lideresa del feminismo de cuota, en tal condición inmune a la crítica política bajo la acusación de machismo a quien se atreva a discrepar de sus chocarrerías.

La ministra ni siquiera ha reparado en que su afirmación es un argumento de la máxima contundencia contra la igualdad que trata de imponer su departamento, porque de ser cierto que la manera de gestionar una gran empresa depende del sexo de sus principales ejecutivos, ello reflejaría la existencia de diferencias sustanciales entre hombres y mujeres, al contrario de lo que sostiene el discurso de "género" tan del gusto de la ex directora de la oficina andaluza de flamenco.

Pero entrando en el fondo de la cuestión, no hay nada más denigrante para la mujer que la existencia de un organismo coercitivo con la misión de otorgarle beneficios a costa de perjudicar al resto de la sociedad. Los seres humanos, sean del sexo que sean, tienen unas capacidades determinadas, un talento y unos objetivos vitales a cuya consecución consagran su existencia con mayor o menor fortuna. Ninguna disposición legal puede cambiar esa realidad, por lo que cualquier coacción institucional para determinar a priori la forma en que cada uno debe conducirse en su vida privada desincentiva a los más brillantes, hombres o mujeres, provocando una gran descoordinación social y la consiguiente frustración laboral.

Las mujeres no necesitan la tutela vergonzante de una profesional de la política que jamás ha tenido que luchar por alcanzar un puesto destacado en su profesión, como sí hacen millones de españolas a diario con el éxito que merece su esfuerzo y su talento. Bibiana Aído las insulta a diario, pero es que la mera existencia de su ministerio es un agravio que provoca el natural rechazo en el sector social al que supuestamente están dirigidos sus esfuerzos, más allá de los grupos de presión que han hecho del feminismo una forma de vida a costa del esfuerzo de los demás, incluidas por supuesto las mujeres.

El socialismo no lucha por la "igualdad" entre hombres y mujeres. Al contrario. Precisamente porque no cree en esa igualdad dispone sus acorazados para solucionar un problema que previamente ha creado.

Da igual que se trate de política, ciencia, economía, industria, ecologismo o desarrollo autonómico porque el resultado de las medidas socialistas siempre es idéntico: aumentar precisamente la injusticia que pretenden corregir. En esta tesitura Aído puede decir, orgullosa, que, en efecto, nadie más socialista que ella. Salvo Zapatero, naturalmente.

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