De prosperar el auto de Garzón, la primera víctima no sería Franco ni su régimen, que difícilmente pueden ser ya víctimas de nada. Sería la Ley de Amnistía de 1977. Efectivamente, Garzón argumenta que es posible que hoy, en 2010, siga viva (y secuestrada) alguna de las personas secuestradas durante la Guerra Civil o el régimen de Franco. En tal caso, como el delito continúa, la Ley de Amnistía no se aplicaría. Otro de los argumentos de Garzón vuelve a una de las líneas de acción favoritas del juez de la Audiencia, la de la jurisdicción universal: según esto, las leyes internacionales especifican que algunos de los delitos cometidos durante la Guerra y el régimen de Franco son imprescriptibles, por lo que la Ley de Amnistía del 77 no se les puede aplicar.
El problema que suscita Garzón es, por tanto, y en un primer momento, de orden judicial. Como tal debe ser tratado y como tal va a ser tratado –no tengo la menor duda– por el Tribunal Supremo, y eso a pesar de todas las presiones que está recibiendo de los medios de comunicación socialistas, de las universidades públicas, de los sindicatos de clase, de los titiriteros e intelectuales de la ceja, así como del Gobierno.
El affaire Garzón también tiene consecuencias políticas sobre las que vale la pena reflexionar. De salir adelante el auto de Garzón, se deduce que la Ley de Amnistía de 1977 queda invalidada. ¿Para quién? ¿Sólo para los responsables de crímenes cometidos en el bando nacional? ¿Quedan excluidos los crímenes cometidos en el otro bando, como las matanzas de Paracuellos o el asesinato de cerca de 7.000 católicos por el solo hecho de serlo, lo que técnicamente constituye un genocidio? (La pregunta no es retórica: una de las cosas que puede llevar a Garzón al banquillo es su disposición a aplicar la Ley de Amnistía en el caso de Santiago Carrillo y no en el de los crímenes del bando nacional). Finalmente, ¿los etarras indultados también deberán volver a ser juzgados? ¿O a los etarras se les aplicará la misma indulgencia que a Carrillo? ¿Tan crudamente realista es la idea que esta izquierda tiene de sí misma?
También vale la pena reflexionar un momento sobre los motivos de la campaña desencadenada en estos últimos días. Conviene distinguir entre Garzón, por una parte, y los protagonistas de la campaña. Garzón se embaló en este asunto subido en la ola de la Ley de Memoria Histórica, es decir en el designio gubernamental, liderado por Rodríguez Zapatero, de acabar con los pactos fundacionales de la Transición y con la actual monarquía parlamentaria. Garzón debió de suponer que era una ocasión de oro para reafirmar de una vez por todas su figura de justiciero internacional, en su país además, y con una causa en cierto modo indiscutible, como es la del antifranquismo. En cambio, los apoyos que ha recibido sirven otros intereses, más próximos a la política diaria. Se trata, por lo menos en apariencia, de identificar al centro derecha español con el franquismo y de acabar con la pérdida de votos que está sufriendo el PSOE entre los electores más moderados e independientes. En 1909 fue el anticlericalismo, en la segunda legislatura de Aznar fue el antiamericanismo, ahora es el antifranquismo.
Tras el acto de la Universidad Complutense, Pascual Maragall regaló a Garzón una estatuilla de Ferrer Guardia, el pedagogo anarquista y filoterrorista condenado a muerte y ejecutado después de los terribles sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, en 1909. Es dudoso que Garzón haya apreciado la analogía, o la broma, pero resulta significativa. Se trata, sin duda alguna, de organizar ahora la misma campaña nacional e internacional que se montó entonces. Sus promotores identificaron a Maura y a su Gobierno con las imágenes tópicas de la España negra, inquisitorial y bestialmente atrasada (el franquismo de entonces). Acabaron con Maura, pero también con la posible democratización del régimen liberal que Maura impulsaba. Asimismo, consolidaron la imagen de las dos Españas, imagen que ahora ha vuelto a resucitar: si esta campaña prospera, el conjunto de los españoles volveremos a ser, como nuestros mayores, víctimas de las fantasías masturbatorias de unas elites incapaces de concebir el pluralismo.
Hay una diferencia, sin embargo. Y es que las campañas de 1909 y las de principios del siglo XXI se llevaron a cabo contra la derecha en el poder. Esta campaña, en cambio, es de orden preventivo. Se hace por si acaso el PP volviera, o para evitar que vuelva al poder... Quizás sea posible comprenderla de otro modo.
Es posible que entre el PSOE de Rodríguez Zapatero y el anterior, el de Felipe González, haya habido un cambio de estrategia en cuanto a la Transición. La voluntad de acabar con la Transición, ya sea considerándola un mito, como se explica en muchos departamentos universitarios y se va a acabar enseñando en los institutos, o como continuidad del régimen de Franco, tal como postula la Ley de Memoria Histórica es, efectivamente, nueva. No lo es, en cambio, la ocupación y el monopolio del espacio cultural. Y en este caso, nos encontramos con una paradoja. La ofensiva de Rodríguez Zapatero coincide, y tal vez ha propiciado, un cambio en este aspecto. En tiempos de Felipe González y de José María Aznar, el monopolio ideológico y cultural de la izquierda era absoluto. La gente joven que no conoció esos tiempos ni siquiera puede imaginarlo. Hoy, eso ya no existe. El predominio izquierdista sigue siendo aplastante, sin duda, pero hay medios de comunicación, periodistas, intelectuales, profesores, fundaciones, asociaciones, editoriales, toda clase de foros en internet, universidades y centros de enseñanza privados e incluso pequeños núcleos de la enseñanza pública que han perdido el miedo y ofrecen una visión distinta y plural de la realidad.
Es posible que ante el avance de esta marea, sin duda heteróclita, estridente y a veces no bien avenida, pero evidente e indiscutible, el verdadero objetivo de esta campaña sea escindir al PP de todo ese movimiento social y cultural que, por otra parte, y en muy buena medida, ha ido creciendo solo, por su cuenta, sin liderazgo político. Veremos cómo reacciona el PP. El trance es histórico, por razones que no viene a cuento explicar aquí, y el PSOE lo sabe.