¿Qué es un programador? Según el Diccionario de la RAE, no demasiado prolijo en detalles, un programador es una "persona que elabora programas de ordenador". Si acudimos a un medio con una definición algo más elaborada, como la Wikipedia, nos veremos que un programador es alguien que "se encarga de la implementación de algoritmos mediante un lenguaje de programación que pueda entender un ordenador", una categoría profesional que tradicionalmente se dividía en analistas, capaces de analizar un problema y describirlo con el propósito de ser solucionado mediante un sistema de información, y programadores propiamente dichos, un trabajo mecánico y de baja cualificación que consistía en trasladar las especificaciones del analista recogidas en un cuaderno de carga en código ejecutable por la computadora.
Sin embargo, como bien continúa el artículo de la Wikipedia, hoy la concepción original del programador ha desaparecido, siendo sustituida por la de un profesional mucho más formado y con unas funciones menos "mecánicas", una persona que requiere profundos conocimientos de matemáticas, electrónica, algorítmica, ingeniería del software, teoría de la computación, interacción persona-ordenador, etc. y que, por tanto, se considera una profesión de alta calificación.
Presa de una evolución tan desordenada, la profesión de programador adolece de una marcada crisis: en muchos países, el programador, una especie de Mago Merlín de la actualidad capaz de algo tan maravilloso como convertir ideas en código ejecutable, es considerado una especie de "obrero especializado", y sometido a una economía de salarios bajos, inestabilidad laboral, elevada rotación y fuerte incidencia de estrés. Algunas empresas optan por el uso de programadores en países de bajos costes laborales unitarios, como la India, el Este de Europa o América Latina, o recurren al uso de sitios como RentACoder, un auténtico mercado abierto especializado donde los proyectos buscan programadores y viceversa. Sin embargo, este tipo de trabajos suelen adolecer en muchas ocasiones de problemas de comunicación, entendimiento o bajo nivel de compromiso, y supone una injusta comoditizacion de una profesión que, desde cualquier punto de vista, añade un valor fundamental y diferencial a un proyecto.
Así, mientras la concepción anterior, marcadamente taylorista, nos llevó a un entorno en el que grandes equipos de analistas y programadores trabajaban en proyectos que subdividían en tareas de pequeña entidad en el marco de una actividad mecánica, mal pagada y poco motivante, la programación hoy nos ha llevado a enfoques muy diferentes, con equipos mucho más pequeños de dos o tres personas entre programadores y diseñadores, que se tornan en completos responsables del proyecto, en orgullosos autores de prestigio cuando éste sale bien. Una tarea habitualmente bien pagada, que a menudo conlleva incentivos de participación en la empresa, y una vinculación fuerte, casi estratégica con la misma. En algunas empresas que conozco, intentar tocar a alguno de sus programadores es a veces el equivalente a un disparo en la línea de flotación.
El caso es que en pocas ocasiones he visto una demanda de profesionales tan acuciante y estable como esta: en España hacen falta programadores. Y cuando digo "hacen falta", me refiero a "hacen falta desesperadamente". No estoy "tocando de oído": hablo de muchos proyectos que conozco de manera directa y que lo comentan de forma insistente, que me expresan su frustración ante la dificultad de localizar en nuestro país ese perfil de programador de alta especialización, capaz de responsabilizarse de un proyecto y de traducir ideas en código con eficiencia. Programadores de PHP, Java, Python, Perl, Ruby on Rails y afines, utilizados habitualmente en el entorno de proyectos Internet, y que se han convertido en un activo dificilísimo de conseguir en España, hasta el punto de estar dificultando o ralentizando el desarrollo de iniciativas que sin duda redundarían en la aparición de un interesantísimo tejido económico basado en las nuevas tecnologías.
El turbio pasado ha convertido la profesión de programador en algo que, aparentemente, poca gente quiere ejercer. La ha rodeado de una leyenda negra, casi de un escaso prestigio social, cuando en realidad, hablamos de los arquitectos de la nueva economía, de una habilidad de alta intensidad intelectual que podría considerarse equivalente al dominio de un idioma, una tarea compleja que permite a la persona interactuar y entenderse directamente con la máquina. Ser programador es un trabajo creativo, un papel indispensable en la economía de hoy que merece muchísimo respeto y que genera un elevado valor. Sin embargo, ¿dónde están los programadores? ¿Por qué no salen de las universidades, dispuestos a convertir esa hiperabundancia actual de ideas en código y a participar en esa revolución consistente en crear tantas actividades en el seno de la red? ¿Qué profesionales están generando las carreras de Informática o algunas Ingenierías, y por qué tienden a rechazar la idea de programar como si fuera un estigma o algo típico de obreros especializados?
En España, a este lado del túnel, se necesitan programadores. Y los programadores necesitan una reivindicación urgente de su profesión, que recupere el legítimo orgullo de quien crea, de quien desarrolla, de quien se responsabiliza de un todo, de quien se enamora de un proyecto y no se limita a ser un obrero en el mismo, sino un verdadero arquitecto. Se buscan programadores con orgullo y capacidad para serlo. Pero por lo que se ve, habrá que mirar debajo de las piedras.