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Antonio Robles

La pesadilla de un tren de cercanías

Trescientas personas aguardaron atrapadas durante una hora en el tren que podría haber sido su tumba. No le dieron explicaciones entonces, nunca se enteraron de que el día 13 de noviembre podría haber sido su último día de vida.

La constancia, el intervalo, la puntualidad y la seguridad del Metro en cualquier ciudad moderna es el motivo de su éxito. De entre todas esas virtudes posiblemente sea el intervalo matemático entre tren y tren lo que da mayor tranquilidad al usuario. Evalúas tu horario, lo encajas en esos intervalos y administras tu tiempo de la manera más rentable para tus intereses. No ocurre así con los autobuses urbanos. Por hache o por be se adelantan o se retrasan y en muchos casos, se acumulan tontamente. El tráfico, la flota escasa y las infraestructuras y las disposiciones de tráfico para evitar los atascos y aglomeraciones tienen buena culpa de ello. En cualquier caso, el usuario soporta el mal servicio porque no le queda otro remedio.

Con los trenes de cercanías de Barcelona pasa lo mismo, pero al contrario de los autobuses urbanos, las condiciones iniciales les deberían sobrar para que funcionaran con la constancia del Metro. Las vías en buen uso y bien organizadas no han de tener incidencias. Si las hay es porque una de las dos cosas o las dos a la vez funcionan mal. Y si funcionan mal es porque no se planifican ni dirigen bien: infraestructuras obsoletas, máquinas sin revisiones periódicas suficientes, escaso personal de mantenimiento, inexistencia de equipos rápidos de información en caso de incidencias menores, etc. convierten a nuestros trenes de cercanías de Barcelona en un medio con escasa credibilidad social.

Lo he comprobado una vez más en las respuestas que me han enviado lectores de mi anterior artículo titulado: "La RENFE como coartada". Con toda la razón, se quejan de los retrasos diarios y de la falta de sensibilidad de la empresa ferroviaria cuando se produce una incidencia. De las aglomeraciones e incomodidades, de la frialdad en el trato, de la escasa información.

No pretendía yo hacer un juicio sumarísimo a RENFE ni tampoco disculparla, sino criticar que determinada política nacionalista y medios de comunicación a su servicio se escandalizaran ahora que quieren conseguir los traspasos de cercanías a la Generalitat, de los males crónicos de esta red de cercanías. Tiempo han tenido de denunciarlos. No funcionan mal ahora –han funcionado mal siempre–; sólo que en este momento los trabajos del AVE los han aumentado y los intereses políticos coyunturales los han querido hacer evidentes.

Durante años sufrí retrasos, parones inexplicables y nunca explicados, calores sofocantes o tiriteras tercermundistas por el mal funcionamiento de la calefacción, incluso varios descarrilamientos, todos leves, propios de la chapuza más que del accidente impredecible, en el tramo Puigcerda/Barcelona. Han pasado 30 años y aún se tardan 3 horas para recorrer 166 kilómetros. Casi nada ha cambiado. Lo cual es escandaloso, muy grave, porque España sí ha cambiado y mucho y casi siempre para bien.

Este ejemplo de recorrido medio, sin embargo, no tiene prácticamente importancia si lo comparamos con las escasas mejorías de la red de cercanías de Barcelona. Cientos de miles de personas se desplazan a diario por motivos laborales sin la seguridad de llegar al trabajo a la hora adecuada.

Vuelvo a las virtudes del Metro. Una persona que sale de su casa con el tiempo contado y mordido por la distancia a la ciudad necesita tener la seguridad psicológica de salir a hora prevista. Si no la tiene, ha de procurar levantarse antes, esperar de forma estúpida en la estación, perder el tiempo en suma, para asegurarse la puntualidad que su empresa sí le exige a ella. Y todo esto desgasta y desgasta más aún cuando nadie te da una explicación ni buena ni mala en medio de un túnel parado durante una hora.

El relato de lo que les voy a contar es fruto de la investigación que me propuse ante algunos correos electrónicos de lectores de mi anterior artículo sobre RENFE al interpretar que pudiera estar disculpando a esta empresa. En ningún caso era así, sólo pretendía tomarla como ejemplo para denunciar una vez más el uso partidista que se hace de la prensa por parte del poder político nacionalista para conseguir sus fines, en este caso, el traspaso a la Generalitat de la gestión de los trenes de cercanías. A mi me importa mucho que las cosas funcionen bien, pero poco o nada el gestor de esas cosas. Pero desde hace décadas se ha instalado en Cataluña el mito de la eficacia basada en el traspaso de competencias. O sea, la tesis de que cuanto más cercano esté el control de la actividad, mejor funcionará.

Como todas las medias verdades, ésta es una gran falsedad. Si así fuera, tendríamos la solución a todos los problemas resolviéndolos nosotros mismos. Esa es la distancia más corta entre el cáncer y el médico, todo en la misma persona. Por el contrario, yo diría: la gestión cerca, el control de la gestión, lejos.

Cataluña tiene la dirección de tráfico traspasada, pero no ha demostrado todavía mayor eficacia que la Guardia Civil desplazada. La dirección del sistema educativo lo dirigimos desde Cataluña desde hace muchos años, pero funciona bastante peor que en el resto de España. La seguridad ciudadana ha requerido de ayuda externa este verano. La seguridad social deja mucho que desear a pesar de ser dirigida por el responsable del Gobierno de la Generalitat de Cataluña. Dicho de otro modo, no por tener el traspaso de una cosa y gozar de responsables más cerca del problema se resuelve mejor. Normalmente la cercanía ayuda en la mayoría de los casos, pero sólo es una variable, no la condición. La condición es que exista una dirección óptima, unos profesionales bien preparados, un análisis del problema correcto y una solución adecuada. Si existe todo eso, hasta un presupuesto escaso puede dar para mucho. Y para bien o para mal eso puede ocurrir en el gobierno español, en el chino o en el catalán.

Pero a lo que iba, al relato de una catástrofe que nunca existió, que ha sido ocultada por la empresa y que ha dejado al ciudadano de nuevo a los pies de los caballos.

Fue un fallo humano. Frívolo, estúpido, intolerable. Trescientas personas aguardaron atrapadas durante una hora en el tren que podría haber sido su tumba. No le dieron explicaciones entonces, nunca se enteraron de que el día 13 de noviembre podría haber sido su último día de vida. Algunos salieron del tren y desandaron las vías por sí solos. Todos tuvieron suerte.

Aquel tren había llegado a la vía 2, dirección Plaza de Cataluña. Necesitaba cambiar de maquinista en la estación de Sants, pero el relevo humano no apareció. Ante su ausencia, el jefe de circulación le cerró la señal y procedió a meter trenes por la vía 1 y 3 en dirección a esa misma Plaza de Cataluña. Cuando se habían bajado y subido los pasajeros del tren estacionado en vía 1, salió en dirección a Plaza de Cataluña. Al mismo tiempo llegó el maquinista de la vía 2 que no había estado en su puesto a su debido tiempo, subió al tren y reanudó la marcha sin mirar que estuviera abierta la señal luminosa. Gravísima imprudencia. Al no estar dispuestos los cambios de agujas de la vía 2 en dirección a Plaza de Cataluña, descarriló. Este accidente menor evitó el mayor. Impidió un choque de trenes en mitad del túnel. Si no hubiera descarrilado habría chocado contra el que salía de la vía 1 en dirección a la plaza de Cataluña al confluir en la misma vía con el otro. Una embestida de costado o en mitad del otro tren era lo que el destino parecía tener preparado pero, paradójicamente, el descarrilamiento los dejó casi besándose, a punto de la agresión.

Los pasajeros no se enteraron de nada, las empresas responsables no dieron explicación alguna y los medios preocupados por llenar portadas para conseguir traspasos de competencias, en vez de hacer periodismo e investigar las causas reales de tanta desidia repetida, siguen sin denunciar lo fundamental.

Al responsable máximo del desaguisado no había que irlo a buscar a Madrid, era catalán y vivía entre nosotros, Josep Manau. El Ministerio de Fomento lo cesó como director de Cercanías Metropolitanas de Barcelona. Se tapó todo y aquí no pasó nada. Pero podría haber pasado todo. Habrá que pedir responsabilidades de lo ocurrido y de lo ocultado.

Quisiera vivir algún día en un país que no se le engañara a la gente, los trenes llegaran siempre puntuales y los periódicos hicieran periodismo. O quizás, con que se empezara por lo último, lo demás podría tener solución.

En España

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