Son innumerables las traiciones del PSC a su electorado socialista, obrero y español. Tantas como años políticos tiene Montilla. Porque Montilla ha sido palanganero de todas ellas. En más de una ocasión he denunciado cómo los chicos catalanistas de casa bien dominaron el partido desde que nació a finales de los setenta, mientras los votantes y currantes del cinturón industrial pegaban carteles y se esforzaban en hacer méritos para pasar desapercibidos en el paisaje nacionalista (El fraude histórico del PSC 1 y 2).
Como todo, ese fraude histórico se ha hecho gradualmente. Elección tras elección se trataba de llegar siempre al mismo fin: una sociedad nacionalista con una identidad basada en la lengua catalana como única lengua propia, una cultura y una nación. Los más reprimidos, como el PSC, sin buscar la independencia, pero sin depender de España; los más radicales, con la independencia como horizonte. Pero unos y otros, de acuerdo en una sociedad nacionalista donde la diversidad cultural, lingüística y nacional no se respeta.
Con el paso del tiempo, esa determinación de todos los partidos políticos ha acabado por borrar las fronteras nacionalistas entre unos y otros. O dicho de otro modo, podríamos perfectamente reducirlos todos al PUC (Partido Unificado de Cataluña). ICV, PSC, CiU y ERC (En cuestiones de identidad todos piensan lo mismo, del resto no sé, porque no hablan). El excluido, o sea, el PPC de Piqué, se arrastra patético en busca de un lugar en el oasis.
Pues bien, Montilla y su PSC, en esa determinación por conseguir la limpieza de sangre de la que otros alardean y exigen, ya no cuida ni las formas: Acaba de sacar el mismo lema de final de campaña que CiU sacó en una de sus primeras campañas de los años ochenta para maquillar su obsesión identitaria: "Anem per feina?". Aquel fue imperativo y éste es interrogativo. Hasta en los lemas andan como "la puta i la ramoneta".
Si uno hace abstracción de siglas y tiempos se da cuenta enseguida de que el nacionalismo del PSC es fruta de maduración más tardía que el de CiU, pero fruta nacionalista al fin. A medida que han avanzado los años, ideas, argumentos y fines son cada vez más parecidos o idénticos a los de CiU. Algunos ejemplos: la reforma del Estatuto fue una propuesta radical de ERC, la acabó asumiendo CiU mientras el PSC les criticaba por ser una disculpa para no ocuparse de los problemas sociales reales. Al final, asumieron ellos el mismo discurso y acabaron convirtiendo su primer gobierno en un monotema estatutario. Con los papeles de Salamanca pasó exactamente lo mismo. Con el Pacto social por la Educación, lo mismo... y así hasta la Tumba de Guifré el Pilós. Pero quiero destacar hoy dos de los últimos: el trilingüismo y la nación.
En estas elecciones Montilla se ha vuelto trilingüe. Pretende una sociedad con tres lenguas, catalán, castellano e inglés. Propuesta idéntica a la de Convergencia. Sólo que todas las disposiciones que al respecto existen y que fueron elaboradas durante el Tripartito, son para que el catalán siga siendo la lengua vehicular a excepción de las clases que se darán en inglés como lengua vehicular, mientras el castellano queda excluido para tal menester. Así, catalán e inglés compartirían el rango de lenguas vehiculares, pero no el español.
En definitiva, pretenden tener una lengua propia y una lengua internacional. La primera ya saben cuál es, la segunda, también. Cuanto más se diversifique la oferta lingüística menor legitimidad le queda al castellano para reivindicarse como lengua oficial a todos los efectos. De una buena idea, acaban diseñando una exclusión. "Los catalanistas sueñan con un escenario futuro en el que vascos, gallegos y catalanes conversen y se entiendan en Madrid, en inglés". (Julio Villacorta).
Esto no es nuevo. Fernando Savater ya tuvo ocasión de comprobarlo con ocasión del "Premio a la Tolerancia" que vino a recoger a Barcelona en 1977. Entonces le enseñé un carnet de la UAB (Universidad Autónoma de Barcelona), únicamente expedido en catalán e Inglés. Por ello y otras cosas de mayor enjundia cruzó agrios artículos con el asesinado Ernest Lluch, que negaba la evidencia. Ya por entonces la inocencia de quienes trataban de convencer al nacionalismo de las virtudes de tener una lengua internacional como el castellano se toparon con su cinismo: ya que nos tienen que imponer una lengua, que sea la más internacional: el inglés. Pues bien, ayer fueron los nacionalistas a secas quienes diseñaron y comenzaron ese proceso. Hoy se ha sumado Montilla. O sea, sigue el proyecto iniciado por el gobierno socialista y el Tripartito.
No se lo tomen a broma, otros empeños fueron más extravagantes en un principio y hoy no se puede estudiar en español en una parte de España.
El otro tema es la nación. Frente a la nación de ciudadanos defiende "la nación de naciones". Y lo hace afirmando a Cataluña como nación a sabiendas que el Estatuto no lo dice. Y como los nacionalistas, se acoge al preámbulo para afirmar lo que no afirma el articulado. Ello implica dos traiciones. Una es a su electorado obrero: la nación de naciones que pretende hacer de España es una nación de sus castas dirigentes nacionalistas, no de los ciudadanos. Otra es al propio PSOE: este siempre ha mantenido que el concepto de nación contemplado en el preámbulo no implica su reconocimiento formal. O al menos lo hace ver.
La consecuencia de esa deriva nacionalista en su discurso le lleva a hablar de Andalucía y de Cataluña, pero nunca de España. Montilla es un fraude ideológico que debe ser desenmascarado el 1 de noviembre de 2006.