Uno de los géneros más apreciados de la televisión es el de los seriales de investigación criminal. Acreditó el género el CSI (Crime Scene Investigation). Después han venido infinidad de imitaciones y variantes. Los héroes de estos programas son tan sagaces y sus instrumentos tan sofisticados que no dejan crimen por averiguar, por complejo que fuese su escenario, astuto e inteligente su autor y enrevesada y retorcida la trama del delito. Demasiado para ser verdad. Tan prodigiosa eficacia no resulta realista. Pero lo contrario parecería también mentira. Unos laboratorios de investigación criminal que se dedicasen a ocultar pruebas, mediante su contaminación sistemática o su continuado extravío. Sin embargo, puede ser tan real como la vida misma. Es lo que están haciendo los investigadores oficiales de los atentados del 11-M, sea por orden del Gobierno y la Fiscalía o "sólo" con su atenta complicidad.
En "Fahrenheit 451", los bomberos no apagan fuegos; los provocan para quemar los libros. En nuestra realidad de pesadilla, creada por Zapatero y su banda, los laboratorios de investigación no descubren crímenes, los ocultan. En la futurista ciudad norteamericana inventada por Bradbury, la gente no lee, carece de autonomía para pensar y emplear su tiempo independientemente,y es incapaz de conversar más allá de un intercambio instrumental de pocas palabras. En cambio, ve mucha televisión en pantallas de dimensiones murales y escucha mucha radio mediante auriculares. La televisión y la radio le indican lo qué tiene que pensar y lo qué tiene que hacer.
En el mundo que intentan imponernos Zapatero y su banda, la cosa es sustancialmente la misma, aunque algo más sofisticada. ¿Por qué prescindir de la lectura como instrumento de sometimiento de la gente? La gente debe leer, pero sólo cosas políticamente correctas. ¿Y quién si no el Gobierno es el mejor definidor de lo políticamente correcto? Con la misma condición, también debe ver mucha televisión, en pantallas cada vez más grandes, y oír mucha radio, con auriculares cada vez más pequeños. A través de la concesión de las licencias por el Gobierno, y de su posible revocación en caso de rebeldía, la corrección política está asegurada. Esta saludable tarea es muy facilitada por la creación de agencias especializadas, con su correspondiente dotación de bomberos-incendiarios. Por ejemplo, el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), que no es el CSI, sino todo lo contrario.
¿Y por qué prescindir de la conversación, con los salutíferos efectos que una cháchara progresista tiene sobre la socialización del personal? Por contra; lo que se impone es una democracia deliberativa bien entendida. El complejo prisoeísta-nacionalista suministra los argumentos y el personal pone la lengua y la mala baba: "los del PP son unos asesinos", "son franquistas", "la II República fue un modelo de democracia", "si mató curas y frailes, es porque se lo habían buscado", "los judíos son unos asesinos", "los etarras unos demócratas", "los islamistas, unas hermanas de la caridad", etc.
Bueno, no todos los islamistas son unos santos. Unos pocos se cabrearon con Aznar por lo de Irak y se vengaron a costa de cientos de viajeros de trenes de cercanías. Pusieron unas bombas con dinamita, sin dinamita, con Goma-2, sin Goma-2, con nitroglicerina, sin nitroglicerina. No se sabe. Como las bombas explotaron no se puede averiguar. Además, nuestros investigadores no tienen porqué ser también Demóstenes. Si esos capullos no se hubiesen "suicidado" se lo podríamos preguntar. Pero eran muy poco colaboradores. Y, hala, los del PP a hostigar. Gracias a Dios que tenemos unos investigadores criminales ejemplares. Oiga, que no nos los merecemos. Sin ellos, vaya usted a saber qué sería de Zapatero y de su Gobierno, y de la Alianza de Civilizaciones y el mundo mundial. Maldita derecha, malditos judíos, malditos imperialistas.
Oiga, ¿Dónde dice que se cobra?