Hay algo en la determinación de ZP que pone los pelos de punta. Su camino emprendido hacia la "paz" es un túnel sin arcenes, ni salidas de emergencia para él o su partido. Una vez dentro, los víveres no darán para volver a la salida. Lo sabe. Y entonces, ¿por qué ese empecinamiento? ¿Tan seguro está de sí? ¿Acaso no sabe que ETA y Batasuna jamás dejarán las armas si no es a cambio de conseguir sus fines? ¿Y no sabe que sus fines son incompatibles con el orden constitucional español? Y si lo sabe, ¿está dispuesto a ceder la soberanía que sólo al conjunto de los españoles pertenece?
Este hombre de sonrisa profesional me inquieta. No parece tener escrúpulos. Sabe que ya no puede retroceder. No dispone de coartadas ni justificaciones, las ha gastado todas para deslegitimar a las victimas, mangonear al Estado de Derecho y ridiculizar el sentido común de su partido. La opinión pública no le perdonaría su irresponsabilidad adolescente y la oposición le destrozaría. Repito, ya no puede retroceder sin perder sus alas de mariposa.
Y si sabe que los etarras no dejarán las armas a cambio de nada y sabe que cada vez le saldrá más cara la apuesta, ¿por qué sigue? ¿Acaso está dispuesto a ceder lo que sea para conseguir "como sea" su propia supervivencia política?
No me fío de este hombre, no ya porque sea de no fiar sino porque del fregado en que se ha metido no se sale sin traicionar gravemente al Estado de Derecho. Esa es la cuestión. Y si no se sale sin dañar gravemente el derecho de todos, ¿por qué o por quién lo hace? Por España es evidente que no, sus pactos con nacionalistas multiplican sus enemigos; por la estabilidad constitucional tampoco, precisamente es esta la moneda de cambio para acallar a la fiera; por el fin de la violencia etarra sin costes políticos, menos, pues es un imposible. ¿Quizás ha soñado con pasar a la historia como el pacificador y con los réditos electorales de la proeza ganar las próximas elecciones? Sería un insulto al Estado de Derecho.
Durante los últimos 30 años hemos luchado por hacer respetar a todos, la ley de todos. Fue necesario, es necesario y será necesario si queremos vivir en un Estado de Derecho. ¿En nombre de qué un presidente puede determinar en un momento determinado que esa legitimidad debe ser relativizada? ¿Para qué entonces la resistencia, los muertos, la angustia de vivir pegado a un guardaespaldas, los bajos del coche, el acoso de los matones? ¿Es que se cree mejor que los demás? ¿Es que su sonrisa de jesuita con sotana está por encima, no ya de la dignidad y el derecho de las victimas, sino del Estado de Derecho y del artículo primero de la Constitución? ¿No les recuerda a ese padre separado que compra el cariño de su hijo con todo tipo de caprichos a costa de cargarse la educación callada, constante, diaria y responsable de su madre? Miren el desastre educativo de la LOGSE; el mismo espíritu demagógico dirige hoy la política. Para temblar.
Alguien algún día ganará esta batalla, pero habrá de hacerlo con la legalidad y la legitimidad en la mano, no porque él haya decidido ser más bondadoso (demagogo) que los demás.
Estas mismas reflexiones deberán planteárselas algunos jueces que han empezado a tontear con el contexto político. También Baltasar Garzón. No lo ha dicho claro –los periodistas suelen forzar las frases–, pero ya ha dejado caer que los jueces no han de ser "ajenos" a la coyuntura política y han de "valorar todas las circunstancias". Peligrosa disculpa, pésimo camino es ese. Si algo garantiza de verdad al Estado de Derecho es la separación de poderes. Sin interpretaciones ni relativismos.
Es preciso volver a ver la película de Stanley Kramer con Burt Lancaster y Spencer Tracy, "Vencedores y vencidos" (El Juicio de Nuremberg) sobre el proceso que se hizo en esta ciudad alemana contra los jueces que colaboraron con el nazismo. Al final de la película, cuando el más prestigioso de todos ellos ha asumido su culpa y trata de disculparse ante el juez que le juzgó sin aún explicarse cómo pudo llegarse a aquella barbarie, éste le espetó: "Señor Yani, se llegó a eso desde el primer hombre que condenó sabiendo que era inocente".
Pues eso. El mal empezará cuando colaboremos a maquillar esta mentira política y esta aberración legal. Crecerá o no, el mal no es mal por sus dimensiones, sino por las decisiones que lo hacen posible.