Tendrán los lectores a estas horas en sus manos la pieza iniciática que tan graciosamente ha distribuido la prensa, revestida de azul y con su círculo de estrellitas amarillas. Curiosos como son, le habrán echado por fin un vistazo al tratado de marras para que no les pase como a Los del Río, que tienen que votar que sí por no haberlo leído. Otros más avispados se ahorrarán el esfuerzo y encima acertarán, diciendo que nones, sólo con ver la lista de padrinos españoles que está avalando el timo en las pantallas. Con tanta asepsia.
Jerigonza de juristas, retórica hueca, bucles, laberintos de leguleyos franceses, musitarán los más mientras buscan un paracetamol. Nadie que escriba así puede haberse ganado la vida fuera del erario. Bueno, están los diamantes africanos, las dádivas caníbales. Yo me las vi en su día con un sinfín de códigos, leyes, sentencias y doctrina, y aunque no puedo decir que la experiencia fuera muy amena, cuando uno se sumerge acaba teniendo su gracia. Poca, eso sí. Pero es que esto... Esto, señores, este "Tratado por el que (mentira) se (mentira) establece (mentira) una Constitución (mentira) para Europa (mentira)”, simplemente no está redactado para ser comprendido ni para servir a fin que no sea oscuro.