La campaña que, a dúo, se ha desatado contra la cadena COPE desde el despacho de Polanco y el gabinete privado de alguna lumbrera de la Moncloa parece que no amaina. Quizá en todo esto tenga que ver la oleada del EGM, que se publica hoy y que promete ser un bofetón de los gordos para la Gabilondo y su cuadrilla que se cree dueña de las ondas hercianas. O quizá, y en esto creo que no me equivoco, todo el jaleo responda a que el Gobierno no puede soportar que le lleven la contraria por las buenas y sin pagarlo caro.
Cuando el partido de Filesa, el Gal y los maletines de Fali Delgado fue desalojado de la poltrona en 1996 Internet ya existía, pero era tan minoritario que los periodistas y los enteradillos se referían a él con un pomposo "autopista de la información". En aquel entonces no había posibilidad de contestar al Gobierno con un mínimo de efectividad. Los periódicos, a excepción de El Mundo, estaban bajo control y atemorizadas sus empresas editoras con represalias desde el Gobierno. Las televisiones en España nunca han sido independientes. Las tres cadenas privadas de ámbito nacional lo son por concesión administrativa por lo que, por la cuenta que les trae, se cuidan muy mucho de morder la mano que les permite seguir emitiendo, vendiendo publicidad y cuadrando la cuenta de resultados a final de año. De las emisoras de radio puede decirse algo parecido. El espacio radioeléctrico en España pertenece al Estado, esto es, a un funcionario con visera, manguitos y un carnet pegado en la frente que otorga y retira licencias de emisión a placer. Hace quince años un grupo de profesionales, entre los que se encontraba el editor de este diario, ignoró tan elemental principio del nacionalsocialismo hispano y lo pagó con intereses quedándose en la calle. Así se las gastaban entonces y así quieren volver a gastárselas ahora que ese mismo partido, el de Filesa, el Gal y los maletines de Fali Delgado, ha recuperado la poltrona, el presupuesto y la batuta.
Sus líderes, sin embargo, se han encontrado con un escollo difícil de sortear: Internet. El uso de la Red se ha generalizado hasta límites insospechados hace tan sólo un lustro. Entre los estudiantes y la clase media urbana la penetración de Internet es altísima y como consecuencia de ello, en los últimos años, han proliferado sitios de todo tipo y para todos los gustos. La crítica y la sátira política no ha sido una excepción. Ya la padeció el Gobierno del PP y ahora le toca al del PSOE. Aznar hubo de resignarse, a fin de cuentas esto es –o era– un país libre y cada cual puede decir lo que le plazca siempre y cuando no viole la Ley. A raíz de la victoria socialista en marzo toda una constelación de webs se hizo a la mar con objeto de criticar sin pausa al Gobierno. Unas se constituyeron como un frente intelectual, mientras otras se decantaron por el noble arte de hacer reír. En apenas ocho meses las primeras y las segundas se han convertido en un referente en Internet que, de este modo, se ha transformado en ese medio alternativo, crítico e incontrolable que faltaba hace diez años.
Debido a su éxito y al hecho mismo de que a los socialistas les revienta que alguien les responda, uno de los objetivos del Gobierno y de su aparato mediático es, desde hace meses, liquidar la disidencia cibernética a cualquier precio. Primero la tomaron con la nutrida colección de bitácoras de Red Liberal a la que tacharon de red de pensamiento agitativo. Ahora la emprenden con las páginas satíricas, algunas muy bien trabajadas, en las que se caricaturiza con ingenio y desparpajo a Zetapé, a sus ministros y a los medios de Polanco, que es el rey del mambo de todo el invento prisaico-monclovita. Como con esto no pueden acabar porque no hay licencias gubernamentales, ni permisos administrativos, ni empresas a las que presionar, lo único que les queda es la pataleta y el viejo truco goebbelsiano de crear asociaciones condicionadas. Es decir, que a fuerza de repetir que unos bandidos en Internet –que han osado meterse con las sacrosantas ministras cuota– pertenecen a la COPE, la opinión pública se lo tragará sin remilgos, desconfiará de la segunda cadena de radio y se dará cuenta de los oscuros manejos de los peligrosísimos neoliberales de las ondas.