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Guillermo de Ujúe

El Gobierno del talante

¿Por qué se ha enviado a un policía al hotel en el que estuvo alojado en Murcia el señor Moa, con el encargo de informarse de las razones de su presencia en esta ciudad?

Tal vez la mentira, según escribió hace unos años Jean François Revel, sea una de la fuerzas máximas que mueven el mundo. Sin embargo, no hay que despreciar el papel que desempeñan los hombres que, en cualquier tiempo, se afanan en dar lustre a la verdad, incluso cuando esta no gusta, pues es rebeldía declarar que el rey está en pelota. A esta clase personas pertenecen todos aquellos que, en la medida de sus facultades e ingenio, se niegan a dar por buenas las verdades establecidas. Ciertamente, hay individuos que logran significarse de manera particular en esa empresa, bien por su veracidad, fundada en el respeto a la realidad, bien por un valor cívico inquebrantable. En el caso de los intelectuales y gentes académicas, a lo anterior ha de sumarse la honestidad y el rigor científicos. Cuando estas virtudes, después de una etapa de proscripción insoportable, convergen en una gavilla de historiadores, juristas, economistas o sociólogos coetáneos, se inaugura una etapa revisionista. El Revisionismo, particularmente el de naturaleza histórica política, es la actitud intelectual que desprecia las bastillas de intereses, pues estas no sirven a la nación, pongamos por caso, sino a quienes se aprovechan de las verdades a medias y las mentiras completas.
 
Pío Moa, como algunos otros intelectuales españoles en sus disciplinas particulares, es un escritor que, a sus propias expensas, ha abierto en España una de las polémicas históricas de más enjundia y alcance. Es notorio que su trilogía sobre la II República y la Guerra civil ha sido muy mal recibida por la secta izquierdista de establishment –no obstante, también la actitud de la derecha sería digna de estudio-. Ello, en todo caso, es fácil de entender, pues recordarle a los españoles que la Guerra civil comenzó en el año 1934 como parte de un programa de agitación revolucionaria encabezado por el Partido Socialista Obrero Español, o que la sublevación del 18 de julio tuvo un carácter meramente defensivo, deja al mencionado partido y a sus socios del gobierno actual en una comprometida posición.
 
Las supuestas razones alegadas por los mandarines de la historiografía española para desautorizar a Moa –siempre juicios ad personam, pues los hechos están ahí, donde siempre estuvieron, y son inatacables–, se reducen al insulto y al ostracismo universitario. En realidad, la consigna propalada por algunos historiadores profesionales (universitarios) sólo certifica la enfermedad de la más alta institución de cultura, la cual, ocupada por la izquierda, prefiere inhibirse en toda discusión científica y constructiva, sobre todo si ello puede poner en peligro su financiación con cargo a los Presupuestos Generales del Estado.
 
Pero el sol no se puede ocultar con la mano. La España contemporánea, incluida la Transición y el actual régimen de libertades públicas en manos de un Gobierno sin talento, trae su causa de los durísimos años transcurridos entre 1934 y 1939, periodo en el que se dirime una guerra atroz, se liquida la vieja política española y se inaugura, en medio de enormes dificultades y sufrimientos, una España que el consenso, al parecer, ha condenado.
 
De todas estas cosas viene hablando Moa en sus libros y en las numerosas conferencias a la que se le suele invitar con frecuencia. La última de ellas fue profesada en el Casino de Murcia el pasado día 27 de octubre. Las circunstancias que la rodearon anuncian que la táctica para intimidar al disidente y a quienes le amparan o le ofrecen sus tribunas pueden haber empezado a cambiar desde que el gobierno del talante tomó el poder. En la oposición, la táctica del ninguneo parecía incluso discreta, casi como un trabajo artesanal: Tusell tocaba el pito en Madrid y sus secuaces de la Corte y las provincias respondían como un solo hombre: «Aquí no habla Moa». Ahora las cosas han cambiado, pues el poder no se ejerce en vano y muy pronto se descubren sus primas extraordinarias.
 
Ya no nos extraña el clamoroso silencio de la prensa y los medios audiovisuales de comunicación, que no anunciaron la conferencia murciana sobre «Las causas de la Guerra civil». Tampoco es raro que, en Murcia como en otros lugares, la presencia de Moa se haya saldado con salas abarrotadas de público y una polémica periodística que, generalmente, salta las barreras de una u otra región. Mas lo insólito de la presencia de Moa en Murcia, que apenas llegó a las veinte horas, fue el seguimiento policial de su subversiva actividad de conferenciante. Es preocupante que los peones de Tusell, los reventadores de conferencias o los silenciadores periodísticos dejen ahora actuar a los servidores del orden público.
 
¿Por qué se ha enviado a un policía al hotel en el que estuvo alojado en Murcia el señor Moa, con el encargo de informarse de las razones de su presencia en esta ciudad? ¿A quién aprovechan sus preguntas intimidatorias sobre las personas o entidades que han invitado a un historiador a dictar una conferencia en el Casino de Murcia? ¿A qué responde que el mismo agente se persone poco después en el Casino de Murcia para preguntar lo que es público y notorio, pues ha sido convenientemente divulgado en dípticos publicitarios? ¿Es tan extraño que el autor de libros como Los mitos de la guerra civil viaje a Murcia a encontrarse con sus lectores, a cenar con sus anfitriones y a desayunar con sus amigos? Por lo que se ha visto, el superior jerárquico o político del agente de policía ha debido entender que es atípica y comprometida conducta es indiciaria de peligrosidad política. Sólo eso justifica que se emplee a un agente en ese menester en una ciudad como Murcia, que no anda sobrada de efectivos policiales precisamente.
 
Aunque el asunto parezca chusco, pues el agente se declaró lector de su investigado, en realidad tiene una gran importancia simbólica. Y hay que denunciarlo.
 
El Delegado del Gobierno en Murcia debe explicar si los derechos y libertades públicas a los que se debe el gobierno que le ha nombrado también amparan a los historiadores desafectos y a los discrepantes de una historia falsaria.

Guillermo de Ujúe es profesor de la Universidad de Murcia

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