El argumento sería el siguiente: George W. Bush inició una guerra contra el régimen iraquí basándose en dos ideas: La presencia de las armas de destrucción masiva y los lazos de Irak con Al-Qaeda. De las primeras no tenemos ni rastro. El segundo pilar se ha derrumbado tras el informe preliminar elaborado por la comisión bipartidista sobre los ataques terroristas del 11 de septiembre. Bush, se dice, mintió al mundo para llevar a una guerra cuyas verdaderas razones no ha puesto sobre la mesa. Venganza de su padre, petróleo, imperialismo...
No obstante la realidad es muy tozuda y no sostiene las ideas arriba expuestas. En primer lugar sí se han encontrado armas específicamente prohibidas por sucesivas resoluciones de Naciones Unidas, aunque no las de destrucción masiva que los servicios de inteligencia, no solo los estadounidenses, creían que se hallaban en territorio iraquí. En segundo lugar, el principal argumento para la guerra fue el reiterado incumplimiento de las resoluciones de la ONU, y que exigían del régimen de Sadam Husein dar pruebas de haber destruido las armas que no solo se sabía que tenía, sino que había utilizado contra su propio pueblo.
Y en tercer lugar, lo dicho por la comisión no tiene el alcance que se le ha asignado. En particular, el informe dice: “no tenemos evidencias creíbles de que Irak y Al-Qaeda cooperaran en los ataques a los Estados Unidos” y que pese a los numerosos, constantes contactos entre el gobierno iraquí y la organización terrorista “no parece haber resultado en una relación de colaboración” en el ataque. Es cierto que el vicepresidente Cheney no ha sido cuidadoso a la hora de distinguir entre los lazos de Irak con Al-Qaeda y la implicación de Sadam Husein en el 11 de Septiembre. Pero George W. Bush ha reaccionado recordando que “nunca dijimos que Irak participó en la organización del 11 de septiembre, pero sí insistimos en que hubo numerosos contactos entre el Irak de Sadam Husein y los terroristas de Al-Qaeda”, lo que también ha sido resaltado por Condoleezza Rice. Y efectivamente es así, si acudimos a las palabras del propio Presidente. En el Discurso sobre el Estado de la Unión de 2003, Bush Jr dijo: “Sadam Husein ayuda y protege a terroristas miembros de Al-Qaeda”. En septiembre del mismo año afirmó “no está en cuestión que Sadam Husein tenía vínculos con Al-Qaeda”.
Sobre la verdad del primer aserto basta recordar que el terrorista de Al-Qaeda Al-Zarqawi estuvo en suelo iraquí, y que recibió del gobierno dictatorial fondos y asistencia médica. Sobre el segundo basta recurrir al propio informe de la comisión. En uno de los párrafos se dice: “Ben Laden también buscó posibles cooperaciones con Irak durante su tiempo en Sudan, a pesar de su oposición al régimen secular de Sadam. Ben Laden, de hecho, había ayudado a islamistas anti-Sadam en el Kurdistán iraquí. Los sudaneses, para proteger sus propios vínculos con Irak, persuadieron a Ben Laden para que cesara este apoyo y arreglara los contactos entre Irak y Al-Qaeda. Un alto funcionario de la inteligencia iraquí hizo tres visitas a Sudán y finalmente se entrevistó con Ben Laden en 1994”. También da cuenta de varios contactos entre ambos, ya tras la vuelta de Ben Laden a Afganistán. A ello hay que añadir que Vladimir Putin ha hecho saber que la inteligencia rusa le advirtió a la Administración Bush de que Sadam Husein planeaba realizar ataques terroristas en los Estados Unidos. Nada indica que no hubiera podido aliarse, si las circunstancias se lo aconsejaran, con Ben Laden. El objetivo era el mismo.
En Europa la reacción de numerosos medios de comunicación se parece a la que resumiría el primer párrafo. Nada sorprendente, si se tiene en cuenta el poco cuidado analítico que tienen muchos medios cuando se juzga al actual Presidente de los Estados Unidos. Más chocantes son las primeras palabras del editorial del jueves del New York Times: “Es difícil imaginar cómo la comisión (…) podría haberlo dejado más claro: Nunca ha habido evidencia de la relación entre Irak y Al-Qaeda, entre Sadam Husein y el 11 de septiembre”. Lo podría haber dejado más claro diciendo lo contrario de lo que afirma: que sí hubo relación entre el gobierno dictatorial y el grupo terrorista, aunque no haya pruebas de que Sadam Husein colaborara en los atentados contra las Torres Gemelas. Es cierto que el informe atenúa la evidencia de la relación que afirmaba la Administración Bush. Pero también lo es que la confirma esencialmente. Con un error tan clamoroso del New York Times no es de extrañar que un político, el candidato demócrata John Kerry, diga que Bush “engañó a América” y que “no dijo la verdad”.
No obstante hay algunas consideraciones en torno a la comisión que no se deben dejar al margen. En primer lugar, el alcance de los planes originales era mucho mayor, ya que se planeó secuestrar no cuatro sino diez aviones, que se estrellarían en distintos puntos de las dos costas. En segundo lugar, que el informe confirma, contra las especulaciones en contrario, la implicación de Ben Laden y su red en los atentados. Y en tercer lugar, que el sistema estadounidense es capaz de dar lugar a comisiones de investigación bipartidistas que llegan a conclusiones de forma independiente. Esto último tiene una clara lectura en España, a las puertas de una comisión de investigación que estudiará los atentados del 11-M. No está claro que la profesionalidad y el patriotismo de los investigadores de la comisión estadounidense sea inspiración para los españoles. En cualquier caso es una prueba más de que se debería mirar a la democracia estadounidense, la más antigua de la historia, con más humildad de la habitual.