Estos días está teniendo lugar una conferencia internacional en el país encantado de haberse conocido, cuyo objetivo es luchar contra el racismo, la xenofobia y el antisemitismo en Internet. Ojo, en Internet. Debe ser que fuera puede campar por sus anchas o, previsiblemente, que los organizadores del evento consideran Internet como un ente aparte en el que tienen lugar comportamientos que no se encuentran en la sociedad. Además, existe siempre un pequeño toque de hipocresía al escoger siempre las opiniones racistas como blanco de la furia gubernamental. El comunismo, por ejemplo, ha producido una devastación mucho mayor que el nazismo, pero la incitación al "odio de clase" nunca se considera entre las maldiciones bíblicas de las que debemos librarnos.
Dentro de esta conferencia tan centrada en unas opiniones muy específicas en un medio también específico, se ha establecido una lucha entre los que defienden la libertad de expresión y los que quieren regular Internet para expulsar a los contenidos ofensivos de la misma. Lo cual se traduce en una pugna entre Estados Unidos, con su primera enmienda, y Europa, con su constitución. Estos últimos aducen una relación directa entre la propaganda y los crímenes, lo cual es sin duda cierto en muchísimos casos. Pero resulta difícil regularlo, a no ser que se asuma que toda información u opinión que se pueda considerar racista o xenófoba deba eliminarse de Internet inmediatamente.
La libertad de expresión no da derecho a gritar "¡fuego!" en un teatro abarrotado, afirmó el juez norteamericano Oliver Wendell Holmes. Pero eso significa que quien lo haga debe ser condenado, no que se regule de modo que todo espectador que entre en un teatro tenga que llevar un esparadrapo en su boca. Eso es lo que propone el ministro francés de exteriores, Michel Barnier, al afirmar que se debe hacer responsables a los proveedores de espacio web del contenido de los sitios que alojan. La autocensura elevaría los costes y pondrá mordazas donde no debería haberlas, por miedo a que se les encuentre culpables de falta de celo. En el peor de los casos, siempre nos quedará Estados Unidos para alojar nuestras páginas.
Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.