Como el cineasta Vicente Aranda –en su corto “Técnicas para un golpe de estado” para la plataforma “Hay motivo”– se permite insinuar que el anuncio de la tregua en Cataluña por dos etarras encapuchados fue un montaje del director de campaña del Partido Popular, pienso que puedo permitirme, en un país libre –de momento– algunas especulaciones sobre los atentados del 11-M. Y con más motivo, pues los datos que se conocen, así como las consecuencias políticas de la masacre, indican que no estamos ante un atentado perpetrado, como otros actos terroristas, “cuando se puede y como se puede”. Si bien esta especulación que presento no es tan simplona como la del señor Aranda.
El 11-M, además de causar dolor y repugnancia, apela a la imaginación del aficionado al género del espionaje. La trama que puede vislumbrarse supera a la creada por Tom Clancy en su libro Op-Centre: Equilibrio de poder, en el cual, nacionalistas catalanes, unidos a terroristas vascos, más servicios secretos de un país que presume de tener el mejor vino del mundo, ponen contra las cuerdas al Estado español. Clancy es de esos escritores de ficción que en ocasiones se adelantan a la realidad. Poco antes del 11-S, escribió Deuda de honor, en que unos terroristas estrellaban un avión en el Capitolio. Su libro sobre España fue publicado por una editorial catalana convenientemente depurado, para no herir sensibilidades.
Pues bien. Tenemos un atentado brutal a sólo cuatro días de unas elecciones. Dos previos intentos de la ETA de corte similar, que fueron interceptados, y que llevan al gobierno, al PNV, y a muchos más, salvo al visionario Otegi, a atribuirle la salvajada. Una casete con versos coránicos, providencialmente olvidada, señalando la autoría islamista, que al tiempo que enreda al gobierno y permite a la oposición acusarlo de mentir, apunta a que se trata de una represalia por la guerra de Irak, lo que asesta el golpe de gracia al PP. Y una mochila que no fue explosionada y conduce a la rápida detención de unos marroquíes, por si quedaban dudas sobre la autoría. Todo ello compondría, en la ficción, un atentado perfectamente tramado para impedir la victoria electoral del PP.
Nos falta el móvil de alcance y hay que ampliar el campo de visión. Tenemos una situación delicada en España, con el plan Ibarreche amenazando por arriba y el tándem Rovira-PSC por el este. Es decir, la ETA debilitada, pero los nacionalismos secesionistas reforzados. Y tenemos un vecino al sur, al que sólo nuestra alianza con EEUU ha mantenido a raya. Sin olvidar al del norte, que se opone a la hegemonía norteamericana, que toleró largos años un santuario a ETA, y al que los nacionalistas vascos y catalanes no hacen ascos. Y tenemos un PSOE hipotecado con los independentistas catalanes, dispuesto a “dialogar” sobre cambios en el modelo de Estado, a romper la alianza con Washington y a volver al seno de la “vieja Europa”, es decir, Francia, porque Alemania mira hacia el Este.
¿Qué haría un Clancy con este material? Seguramente, unos servicios secretos habrían utilizado a islamistas y allegados para perpetrar la masacre. El título de la novela se lo robo a un amigo: Perfección absoluta. Como en la trama criminal no podrían meter ni al PP ni la CIA, Aranda y sus muchachos no harán esta película sino otra: la que ya ha pergeñado el amo.