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Armando Añel

La Habana en Monterrey

Con Washington relacionando dos focos de conflicto en Latinoamérica – Caracas y La Habana – y dichos focos inmersos en la consolidación de su principal teatro de operaciones – Venezuela y su frontera con Colombia –, la olla de grillos regional arriba a Monterrey en plena ebullición. Los recientes reproches norteamericanos al Gobierno argentino, a quien el Subsecretario de Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado, Roger Noriega, recriminara por sus guiños al régimen castrista, tocan más fondo del usual. Estados Unidos comienza a descubrir, con el fastidio del astronauta obligado a permanecer en tierra, que Castro y Chávez desestabilizan aceleradamente la región ante la desdeñosa, cuando no estrábica mirada de los principales gobiernos latinoamericanos.
 
La herida quedó definitivamente abierta en Bolivia, con Evo Morales, Hugo Chávez y Carlos Lage bailando la cueca del foquismo guevarista, y, mientras el castrochavismo la remueve, Lula y Kirchner ensayan sonrisas de circunstancia. Si algo enseñó a la Casa Blanca la oleada represiva de la última primavera en Cuba, fue que la madurez supuestamente ganada por la clase política latinoamericana no era más que un espejismo. Los máximos representantes de Brasil y Argentina – junto a México, los máximos representantes del subcontinente – se apresuraban a fraternizar con Castro poco después de que éste decretara, contra civiles desarmados y disidentes pacíficos, los fusilamientos y encarcelamientos de principios de 2003. Poco cabe esperar de esta especie de políticos, rehenes del ascendiente mediático y la propensión a sabotear democracias del castrismo.
 
Por todo esto, y porque La Habana se resiste a domeñar su naturaleza injerencista, es que Washington alude a la manía castrochavista de jugar con fuego. Claro que en esta nueva intentona el castrismo ya no cuenta con la perspicacia de su cabecilla, tan corto de luces como cabría esperar de su avanzado estado degenerativo: su afirmación de que paramilitares colombianos planean, junto a funcionarios del Departamento de Estado norteamericano, asesinar a médicos cubanos en Venezuela – todo ello con el objetivo de "darles un escarmiento y obligarlos a retirar su cooperación" –, demuestra que pierde cada vez más el rumbo, a medio camino entre el delirium tremens y la chochera. Por contra, el régimen mueve a placer los hilos del ex paracaidista de Miraflores, un personaje arduo, acomplejado, con acceso al mar de felicidad del petróleo venezolano.
 
En Monterrey, La Habana constituye una ausencia asistente, particularmente para unos Estados Unidos cada vez más escépticos ante el espectáculo de las quebradizas democracias latinoamericanas.

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