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La pulsera penitenciaria

Nuestras autoridades penitenciarias, desde hace ya más de un año, están aplicando sistemas novedosos con los internos de tercer grado, aquellos que tienen unas mayores posibilidades de resocialización pero que no se encuentran dentro de los límites de la libertad condicional (un 75 por ciento de la condena o dos tercios de la misma si existen circunstancias específicas que lo hacen aconsejable, de acuerdo con el Código Penal).

Y este sistema, que realmente está teniendo, en principio, bastante éxito, parte de la existencia de unas pulseras que los internos se colocan generalmente en sus tobillos –desde el punto de vista estético las pulseras, de color negro, tienen un grosor que hace que lo más aconsejable sea su colocación en el tobillo–, de tal forma que la existencia de esta tobillera o pulsera muestra al centro penitenciario que el interno en tercer grado se encuentra en su casa ente las 10 de la noche y las 8 de la mañana del día siguiente. No duerme en el centro penitenciario en realidad pero sí se encuentra localizado durante las horas de descanso nocturno. Este control, por supuesto, se realiza los días laborables y es lo suficientemente flexible como para que una circunstancia excepcional o una relación laboral con una jornada que impidiera el cumplimiento de este horario diera lugar a que las horas de control fueran otras.

En cualquier caso este novedoso sistema se aplica a internos en tercer grado, aquellos que ya han demostrado previamente un intento de reinserción social, e incluso a internos que –al no ser reincidentes y con penas de prisión inferiores a tres años– generalmente entran en el centro penitenciario ya en tercer grado.

A su vez, el control no es exhaustivo y a lo máximo que llega es a conocer si el interno se encuentra en el domicilio que ha indicado, no a controlarlo durante las 24 horas del día. Pero la propia existencia de este mínimo sistema de vigilancia y la propia elección de los sujetos a los que se les está aplicando esta medida hace que hasta la fecha este sistema está dando más éxitos que fracasos. Evidentemente, el recluso sabe que si intenta soltarse la pulsera o incumple el horario puede perder este beneficio penitenciario, lo que incide, como no podía ser de otra forma, en su mayor éxito.

Es un tema abierto el de la resocialización de los internos y de su vuelta a la sociedad, pero desde luego este sistema –que ya ha tenido antecedentes en otros regímenes penitenciarios, como el inglés– nos lleva al punto más polémico de la reinserción social. Debe ser paulatina, para conocer realmente los deseos de reinserción del recluso e incluso si su vuelta a la vida en sociedad ha resultado satisfactoria, y con este mecanismo –previo a la concesión de la libertad condicional– se ve, en un periodo más largo de tiempo, la evolución del interno. Desde luego parece un sistema que favorece tanto al recluso como al centro penitenciario y, también, a la sociedad en su conjunto, al recuperarse a alguien que efectivamente desea cumplir unas normas sociales mínimas.


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