Los habitantes de las zonas afectadas por el Prestige nos explican que la pesca es su único medio de vida. Nadie les pregunta la razón. Es decir, ¿por qué, por ejemplo, en la maravillosa ensenada de Arosa, allí donde el visionario empresario gallego Valentín Paz Andrade quería crear el “superpuerto” de Galicia, no se ha desarrollado un gran polo de comercio, industria e intercambio? Quizás porque muchos de los que se quejan hoy de la falta de oportunidades desconfiaron de un proyecto que decían amenazaba su forma de vida.
Consideremos otro ejemplo: Cangas del Morrazo, emblemática villa marinera, protagonista hoy en nuestros telediarios. Población: 20.000. Situación: frente a Vigo, en la península del Morrazo, que es lo que su nombre indica; un gran morro que le crece a la tierra y separa las rías de Vigo y Pontevedra. Por consiguiente, Cangas está en el centro de una zona medianamente próspera y en expansión, las Rías Bajas. Guarda además un secreto: grandes y maravillosas playas, preciosos parajes, y un clima benigno.
El problema es que el Morrazo carece de infraestructuras y comunicaciones. La carretera que une la península con el mundo es la antigua comarcal que atraviesa las villas. Es un peligro, un colapso, y un freno al desarrollo económico de la comarca. Durante muchos años la, Xunta ha intentado construir una vía rápida que la sustituya, pero ha topado siempre con una profunda hostilidad. La excusa ha sido el ecologismo, pero el motivo de fondo es la oposición de la masa crítica de la población a que la mejora de comunicaciones la convierta en zona turística o de segunda residencia o, aún peor, en un barrio de Vigo.
Esta cerrazón al cambio ofrece muchos más ejemplos: las penosas dificultades que acompañaron la construcción del campo de golf (el ayuntamiento de Moaña ahora le niega la licencia para construir un hotel), o el rechazo a convertir una fábrica abandonada en club marítimo (hoy hay allí un almacén), que contrasta con la aceptación de viejas instalaciones mariñeiras que vierten apestosos residuos a la ría. Antes eso a que allí se construyan casas y hoteles.
Y que nadie se llame a engaño. El mito de los buenas gentes del mar que luchan por conservar su medio natural ante un mundo hostil puede hacer tilín a los enviados especiales que nos mandan de Madrid, pero es eso: un mito, una variante un tanto ofensiva del cuento del ”buen salvaje” versión galaica. En realidad, el marinero gallego es un famoso depredador de recursos naturales, temido en todas las costas del mundo (espero que nadie se irrite porque un gallego de familia marinera recuerde esta obviedad).
Ahora bien, son ellos, los marineros, los que han salvado de momento a las rías gallegas. La cuestión del Prestige coincide además con una reforma de la política pesquera por parte de la Comisión Europea, muy contestada en el sector. Las cofradías están furibundas y más cargadas de razón que nunca. Y es gente encallecida en mares y tormentas, que no se asustan si ven delante a los antidisturbios. Ya lo verán.