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Marruecos: elecciones irrelevantes

Después de sospechosas demoras empiezan a conocerse los resultados de las elecciones marroquíes, donde los protagonistas más destacados han sido la abstención (en torno al 50%, superior al que se dio en las anteriores, celebradas bajo Hassan II) y el crecimiento de la única formación integrista que se presenta a las elecciones (Partido para la Justicia y el Desarrollo), que habrían casi triplicado su representación en el Parlamento, convirtiéndose así en la tercera fuerza política, tras los socialistas de la USFP de Yusufi y los nacionalistas del Istiqlal, ambos pertenecientes a la actual coalición de gobierno que integra siete partidos, la cual, en función de estos resultados, no tendrá dificultades en reeditar su mayoría.

Pero quizá la mayor novedad tras las elecciones sea la ausencia de Yusufi, quien aduciendo razones de edad (tiene 78 años), ya había anunciado antes de las elecciones que no volvería a aceptar un cargo oficial. El fracaso del primer ministro marroquí en sus cuatro años de gobierno (el paro alcanza el 40%, la economía está estancada y existe un 61% de analfabetos) no cabe atribuírselo sólo a él. En un sistema donde el monarca acapara las principales funciones del poder ejecutivo (Interior, Exteriores y Defensa), controla también Justicia y Asuntos Religiosos y tiene la facultad de decretar el estado de excepción unilateralmente, no hay demasiado margen para la acción de gobierno. Sobre todo si se tiene en cuenta que Mohamed VI, el hombre más rico de su país, también nombra a los directores de las empresas públicas, que la gestión de la ayuda al desarrollo pasa por sus manos y que el monarca impone su autoridad en las disputas entre los miembros del clan gobernante.

En estas condiciones, no es de extrañar que la castigada ciudadanía marroquí vuelva la espalda a la política, consciente de que las elecciones no son más que una breve capa de maquillaje con la que antes Hassan II, y ahora Mohamed, VI pretenden cubrir, de cara al exterior, la verdadera naturaleza del régimen alauí, cuyo único progreso desde Hassan II ha sido, quizá, la expulsión del Gobierno del siniestro Driss Basri, el jefe de la represión política de Hassan II.

El espectacular crecimiento del voto integrista aun a pesar de que el PJD sólo se presentó en el 68% de las circunscripciones y de que la influyente organización Justicia y Caridad no presentó candidatos aduciendo falta de transparencia y excesivo poder del monarca unido al altísimo porcentaje de abstención, superior incluso al de las elecciones celebradas bajo Hassán II, son claros indicios del fracaso y la falta de credibilidad del establecimiento marroquí en cuanto a la cacareada apertura democrática. Sólo queda que nuestra clase política, en las relaciones con el sultanato vecino, tome buena nota de ello y no prodigue elogios innecesarios o más bien contraproducentes, a un régimen que todavía queda muy lejos de las cotas democráticas del PRI mexicano.

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